En días pasados, el director de la Organización Mundial de la Salud, el Dr. Tedros Adhanom Ghebreyesus, lamentó que algunos de los países con mayor poder económico estén acaparando la compra de vacunas contra el Covid-19, impidiendo con ello que el organismo pueda garantizar que algunas naciones, las más rezagadas económicamente, tengan acceso equitativo a dichas vacunas. El líder de la OMS deploró que sea la capacidad económica la que termine decidiendo quién vive y quién muere e hizo un llamado a los gobiernos a adoptar un esquema de solidaridad global que evite una profundización en la crisis de salud y un fracaso moral como humanidad.
Algunos gobiernos, entre ellos el de México, respondieron rápidamente avalando el papel de la OMS, aceptando una distribución más acorde a un planteamiento ético y humanitario, aunque ello implicara una disminución en la cantidad de vacunas programadas para el corto plazo.
Abordo este tema porque después de que se dio a conocer que el gobierno de México aceptaba una reducción temporal en el número de vacunas que planeaba recibir, pude observar, básicamente en las redes sociales, miles de quejas y descalificaciones a dicha decisión, con el pobre argumento de que primero se nos vacune a nosotros y que cada país se rasque con sus propias uñas; comprendo el miedo y la angustia que estamos viviendo, sin embargo, sería trágico que estas emociones anularan en nosotros la capacidad de empatía y solidaridad con el otro, donde quiera que éste se encuentre.
Ken Wilbert escribió una teoría sobre el desarrollo de las estructuras básicas de la conciencia, ligando esta a los estadios de desarrollo y a la visión o paradigma que se produce. Siguiendo a Piaget, relata el largo camino que se debe recorrer para pasar de una conciencia egocéntrica hasta una mundicéntrica.
Un bebé, al nacer, es fundamentalmente un organismo sensomotor, no distingue entre él y el entorno; el yo físico y el mundo físico están fundidos, está atrapado en una órbita egocéntrica. No ha desarrollado el lenguaje, ni la lógica, ni el tiempo histórico; poco a poco comienza a diferenciar su cuerpo del entorno y va aprendiendo a conocer las fronteras de su yo. Pasan los meses y en lo emocional está fundido con su madre; narcisista, considera que el mundo es una extensión de sí mismo. Cerca de los dos años empieza a diferenciarse del entorno emocional y se da el nacimiento emocional; le llevará aproximadamente cinco años más alcanzar el nacimiento conceptual, aparecerá el lenguaje y podrá realizar operaciones representacionales. En esta primera etapa, el niño está centrado en el yo, es narcisista y egocéntrico.
Después, entre los siete y los 14 años, aproximadamente, si todo va bien, alcanzará el nacimiento del yo real, podrá realizar operaciones concretas, asumir roles y reglas, comprender la presencia del otro, aceptar que su visión no es la única del mundo. Asimila la cultura a la que pertenece y hace suyos los modos de pensar, sentir y actuar de su grupo social. En esta etapa prevalece lo etnocéntrico, lo que importa su grupo, su comunidad, su país.
Al final de esa etapa, aparece el yo maduro, adquiere la capacidad de realizar operaciones formales, ya no solo piensa sobre el mundo, ahora sabe que puede pensar sobre sus propios pensamientos, es ahí donde suele despertar en él la conciencia mundicéntrica. Por primera vez trasciende los límites de su cultura, descubre que, así como la suya, existen miles de culturas en el mundo, cada una con su propia singularidad, historia y circunstancias, pero igualmente valiosas; por primera vez puede imaginar otros mundos posibles, llevar a juicio todo lo que ha aprendido, maravillarse con el pluralismo universal, conocer los derechos del hombre, llenarse de sueños para transformar la realidad. Ha nacido un ciudadano del mundo que deja de mirarse al ombligo, que celebra la enorme diversidad humana, capaz de hacer familiar lo extraño y convertir el “nosotros” en “los otros”. Ahora sabe que más allá de las etnias, pueblos, naciones, religiones hay un solo mundo y una sola humanidad y que toda vida humana, sin importar el lugar y las condiciones en que fue arrojado al mundo por una-otra, tiene exactamente el mismo valor y dignidad.
Deja una respuesta