Cita con las citas

Mi letromanía llega al extremo de recopilar también testimonios, pensamientos y aforismos acerca de todo, tomándolos de cualquier fuente escrita que me hallo al paso. Los trascribo a la antigüita (o sea, con bolígrafo), en una libreta-libro de bolsillo que yo mismo encuaderné. Y conforme descubro uno que decido agregar a sus páginas en blanco, aprovecho siempre la ocasión para volver a leer los que hasta ahora he reunido. Me doy cuenta entonces que, sin proponérmelo, dominan en mi compilación los alusivos a dos objetos de culto: el libro y la biblioteca. Si de algo les sirven, disfruten algunos de tales textos homenajeados:

“La idea de estar rodeado totalmente de libros ha sido siempre una idea que se me antoja maravillosa. E incluso, privado por mi ceguera de la posibilidad de leerlos, siento una profunda felicidad por su cercanía y su contacto”. Jorge Luis Borges.

“A veces, alguien que ve mi biblioteca pregunta si he leído todos esos libros. Y la respuesta siempre es la misma: unos sí y otros no; pero necesito que estén todos ahí”. Arturo Pérez-Reverte.

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“Los libros van siendo el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo”. Julio Cortázar.

“Después del placer de poseer libros, no lo hay más dulce que el hablar de ellos”. Charles Nodier.

“La compra de más libros de los que uno puede leer es nada menos que el alma buscando el infinito”. A. Edward Newton.

“Comprar libros sería bueno si también se pudiera comprar el tiempo para leerlos”. Arthur Schopenhauer.

“La mano del propietario da a un libro un rostro inconfundible, una fisonomía. Los libros electrónicos se leen sin las manos”. Byung-Chul Han.

“Un libro debe abrir ventanas. Si no, paro de leer. Nuestra vida es tan corta como para leer libros malos”. Michael Krüger.

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“No vale la pena atacar un mal libro. Bastante castigo es para su autor el haber tenido la falta de autocrítica necesaria para publicarlo”. José Emilio Pacheco.

“¡Qué lástima morirse cuando me faltaba tanto que leer!”. Marcelino Menéndez y Pelayo, en su lecho de muerte.

Alguien pensará que mi mentada libreta-libro de citas, no sólo por el hecho de irla llenando al azar, sin ceñirme a un orden o equilibrio temático, sino sobre todo por reservarla al cajón de mis tesoros privados, equivale a esconder en un ataúd los despojos que exhumo de otros ataúdes biblio y hemerográficas. Será el sereno. Ah, pero qué dichoso me hace ser amanuense de un ejemplar único, irrepetible, vale decir: un incunable. Nada importa que lo vaya tejiendo como colcha de retacería.