Nadie pondría en duda la capacidad de Simón Sebag Montefiore, autor de numerosos bestsellers múltiples veces premiados que se han traducido a 48 idiomas. Pero su libro Escrito en la Historia. Cartas que cambiaron al mundo, en verdad interesante, revela pensamientos que permanecían ocultos y ratifica que no hay edades, prominencias culturales o económicas al momento que dejamos testimonios escritos sobre la verdad de ser nosotros mismos.
Así lo ratifica Sebag al citar: “Nada supera la inmediatez y la autenticidad de una carta. Las personas tenemos el instinto de dejar constancia en el papel de sentimientos y los recuerdos que podrían perderse al paso del tiempo: nos mueve una necesidad desesperada de confirmar relaciones, vínculos de amor u odio”.
Varios ejemplos lo ratifican.
Enrique VIII a Ana Bolena: “Él era segundo hijo de Enrique VII. Sucedió a su padre porque su hermano mayor –el príncipe Arturo- había muerto. Al poco tiempo de acceder al trono se casó con una viuda joven, Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos”.
Pero, más adelante conoció a Ana Bolena, dama de honor de la reina, reina y se enamoró de ella y dejó constancia en las siguientes líneas. “Mi señora y amiga, yo y mi corazón nos ponemos en vuestras manos, con el ruego de que los tengáis por pretendientes de vuestro buen favor y que vuestro afecto por ellos no disminuya por la ausencia”.
Cuando Ana le dio una hija –futura Isabel I-, pero ningún varón, Enrique se volvió contra ella y la mandó a ejecutar.
Frida Kahlo a Diego Rivera: “Diego, nada comparable a tus manos, ni nada igual al oro verde de tus ojos. Mi cuerpo se llena de ti por días. Eres el espejo de la noche. La luz violenta de los relámpagos. La humedad de la tierra. El hueco de tus axilas es mi refugio. Mis yemas tocan tu sangre. Toda mi alegría es sentir brotar la vida de tu fuente-flor que la mía guarda para llenar todos los caminos de mis nervios que son los tuyos”.
Se divorciaron en 1939, pero en cuanto a su relación volcánica, ella lo expresó mejor que nadie: “Solo un monte conoce las entrañas de otro monte”.
Napoleón Bonaparte a Josefina:” Mi hermano te llevará esta carta. Siento por él todo el amor y confío en que él gozará asimismo del tuyo: lo merece”.
“Tengo tus cartas del 16 y el 21. Muchos días no escribes. ¿Qué haces entonces? No es que esté celoso, amor; es que a veces me preocupo. Ven pronto. Te lo advierto, si tardas. Me encontrarás enfermo. El cansancio y tu ausencias son demasiado.
“Tus cartas son la alegría de mis días, y mis días de felicidad no abundan”.
Dwight D. Eisenhower a tropas aliadas:” Están a punto de embarcarse en una granan cruzada, que ha sido nuestro objetivo durante todos estos meses. El mundo los está observando durante todos estos meses… ¡No aceptaremos nada que no sea la plena victoria! ¡Buena suerte!”.
Y esta carta no se envió: “Nuestros desembarcos en la zona de Cherburgo-El Havre no han logrado establecer un punto de apoyo satisfactorio y he retirado las tropas. Mi decisión de atacar en este momento y lugar se basaba en la mejor información disponible. Nuestros soldados de Tierra, Aire y Mar han hecho todo cuanto estaba de la mano del coraje y la devoción por el deber. Si el intento ha adolecido de alguna culpa o deficiencia, ha sido exclusivamente mía”.
Alejandra a Nicolás, 14 diciembre de 1916: “…esta noche, otra vez, apenas he dormido, y me he quedado en la cama hasta la comida. Agradezco de todo corazón tu bonita carta.
“Sé Pedro el Grande, Iván el Terrible, el emperador Pablo: ¡aplástalos a todos con tu poder! Y ahora no te rías, niño malo”.
De Ediciones Culturales Paidós, S.A. de C.V. Primera edición en México, abril 2020.
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