Ariadna Fernanda

Otro feminicidio. No lo escribo con flojera, sino con rabia y hartazgo. El miedo está en un lugar muy pequeño de mi espíritu. 

Ariadna salió a divertirse con unos amigos y no volvió. Tenía 27 años, un hijo, hermanos y muchas amigas que no se han cansado de desmentir a las autoridades. 

Ella no tomó ningún taxi sola y alcoholizada. 

Ella compartió su ubicación con sus amigas porque eso es lo que hacemos ahora para sentirnos más seguras. 

Ella no murió por broncoaspiración. 

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A ella la asesinaron, personas que la conocían y que según la querían. A golpes y la sacaron cargando como si fuera un costal, con la mayor impunidad. Y la arrojaron en Morelos, lejos de donde horas antes se había sentido en confianza para estar y divertirse. 

Su asesinato nos vuelve a poner en la cara que los y las agresoras no son monstruos, son personas a las que muchas veces queremos, en las que confiamos. 

Y nos recuerda que el privilegio y el poder en México está coludido. Un par de llamadas y una Fiscalía se atrevió a dar una conferencia de prensa con resultados incorrectos de una necropsia para dar carpetazo y que nadie pregunté más. Con eso nos dicen que nadie tiene la culpa más que la asesinada, para qué fue, para qué tomó. 

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Siento un profundo asco y desprecio por esas autoridades que se atrevieron a tanto. Cómo si un asesinato se tratara de un rayón de un coche y fácilmente se resolviera. 

Pero la esperanza me la dan sus amigas. Con su profundo amor, su rabia y su terquedad. A ellas no las callaron, ni las callaran. Sin ellas, hoy no sabríamos todo esto que pasó. 

Que haya justicia para Ariadna Fernanda, para su familia sanguínea y elegida.