DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Amar es conocimiento de lo endeble

La búsqueda del amor es una condena eterna de la que nadie sale bien librado. Ya sea como concepto, como sentimiento o como proceso, desde el principio sabemos que nunca terminará tan bien como lo pensamos o deseamos.  

Históricamente, nuestra sociedad ha sido marcada por dos corrientes culturales básicas: el pensamiento clásico emanado de los griegos y la herencia religiosa sembrada a fuerza en la conquista con el triunfo de la ideología judeocristiana. Esta idea que ha desarrollado el investigador social, Edgar Morales Flores, se define a la perfección así: “los griegos llegaron al punto en el que las principales discusiones alrededor del amor se centraron en el tema “erótico”, es decir, en los afectos del alma que partían del impulso hacia los cuerpos bellos y llegaban al ámbito de lo divino; así tenemos, por ejemplo, a Platón para quien el amor es el producto de una tensión entre la abundancia y la necesidad, de ahí su plenitud pero también su carencia: el amor es análogo al deseo que busca completar su satisfacción, pero cuya dinámica existencial es terriblemente agotadora por el proceso de búsqueda que supone”. 

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Por otra parte, encontramos que para la noción cristiana que nos han inculcado y sobre la cual gira la hibridación cultural de nuestras tradiciones, tenemos que buscar el amor para alcanzar la gracia divina.  Este modelo de plenitud y perfección del amor se centra en el ejemplo de Dios con los hombres, entregado a ellos a perpetuidad y gratuidad, de forma inmerecida, otorgado sin condiciones e incluso, puesto a favor de quien lo desprecia.  

Entendido esto, podemos atisbar la naturaleza de los dramas comerciales que crearon mediáticamente la política educativa sentimental sobre la que se sostuvo la sociedad mexicana hasta el siglo XX. La satisfacción corpórea representada en el desarrollo de una doble moral donde la justificación para la poligamia fue la búsqueda incesante del “amor”, o bien, la tolerancia a ultranza de las peores calamidades en pos de mantener un primer núcleo social sostenido por los alfileres de la costumbre. Rancios machismos y familias disfuncionales entrelazadas por el frágil pegamento del “qué dirán”. O bien, la necesidad creada por el capitalismo para alcanzar la autorrealización a partir de la obtención de una pareja, una casa, un auto, bienes materiales y un lugar destacado dentro de la sociedad.  

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Las palabras anteriores, parecen únicamente válidas para el mundo de las ideas, pues en el día a día la racionalidad poco o nada tiene que ver con lo que amamos o pensamos que amamos. Nuestra decisión de odiar o amar estiba únicamente en el conocimiento de lo endeble que pueden resultar nuestras preferencias y nuestros afectos. El estado de ánimo que nos invada o la utilidad que encontremos en ello. De ocaso a ocaso, lo único que nos es significativo, es el concepto personal de lo que para nosotros merece entrar en la categoría de lo amado. Del deseo, bueno, de eso mejor otro día hablamos.  


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