En un departamento de la colonia Condesa, en la Ciudad de México, cuatro mujeres se reúnen religiosamente cada miércoles para comer, pero principalmente para construir o reconstruir sus vidas a partir de lo que su memoria les susurra a cada una.
Se trata de tres ancianas y una joven de 27 años que semana a semana encuentran un pedazo de su historia, que van recuperando como si se tratara de una matrioska en la que una anécdota cabe dentro de otra y de otra.
El origen de dos de las mujeres protagonistas de Samovar, la nueva novela de Ethel Krauze, hace de esta una fascinante narración de anécdotas desarrolladas en la Rusia zarista, en la Europa de principios del siglo pasado sumida en la guerra o en la posguerra, lo mismo que en la vida en México de esos cientos o miles de migrantes judíos que huyeron de la persecución nazi.
Ethel Krauze es la responsable de escribir Samovar, una hermosa historia que hace referencia a la tetera tradicional rusa, vestigio que su abuela Anna llevó consigo desde una ciudad ucraniana hasta el departamento de la colonia Condesa.
“Samovar es ese talismán, ese elemento simbólico que todos necesitamos encontrar, ese recurso que nos va a salvar, a rescatar, a dar esperanza. Que nos va a dar un sentido de pertenencia y de sobrevivencia. De eso habla esta novela”, explica.
–Ethel, es imposible no enamorarse de la abuela Anna–, se le comenta sobre el personaje central de su novela.
“Ay, qué lindas cosas dices, me conmueve mucho. La abuela es un ser que descubro cuando decidimos juntas pasar los miércoles en su casa con el pretexto de que ella me iba a hacer las ricas comidas que me gustaban.
“En realidad eso fue el pretexto, porque cada uno de esos encuentros, que fueron dos años hasta la muerte de ella, fueron de encubrimiento, yo ahí descubro a esta mujer. Yo tenía 27 años y ella 86”, cuenta la escritora radicada en Morelos.
Explica que ella y su abuela acordaron esos encuentros en una reunión familiar. “Ella me dice ‘yo te hago las comidas que te gustan y tú me vienes a ver’”, y así nacen estos encuentros hoy reflejados en Samovar, de editorial Alfaguara.
Un pequeño pasaje de estas anécdotas es el siguiente.
–Debes haber tenido muchos pretendientes, bobe…
–Yo no estuvía bonita, pero fea fea no, y blanca como mármol. Un vez, un tipo siguió, murmurando cosas que yo no entiende, yo casi no hablaba español. Y siguió hasta puerta de casa. Yo no sabía qué contestar, porque yo no entiendo. Yo dije a portera Jovita, y ella gritó “¡desgraciado!” y echó cubeta con agua a él.
Dos personajes más que conforman el cuarteto que se reunía cada miércoles son la Tuta Elena, hermana mayor de Anna, y Modesta, la cocinera, ama de llaves, amiga y confidente de las dos rusas, pero que era como de la familia. Entre las tres hay una relación de amor-odio, entremezclados por la cultura y los idiomas.
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HISTORIA COMPACTADA
Pero la historia de Krauze no se remonta solo a pasajes bellos, también registra los momentos de miedo y horror que vivieron tanto su abuela Anna como toda su familia migrante por obligación.
Por ejemplo, se narra la historia de cómo murió la bisabuela de la escritora y cómo sus restos, junto con los de decenas de hombres, mujeres y niños, así como ropa, zapatos y otros artículos personales fueron descubiertos en un terreno donde se pretendía hacer una construcción en lo que fue una fosa común en la ciudad de Brest, en Bielorrusia.
“Todo lo que cuento es real, es tal como sucedió y tal como me lo contó ella. De hecho, está sacado de mis cuadernos que yo trabajé así, in situ, después de cada comida.
“Llegaba a la casa y me ponía a escribir para que pudiera yo retener todo lo que había pasado y lo que yo estaba viviendo.
“Cuando ella muere yo tengo seis cuadernos completos y es entonces cuando digo ‘bueno ahora qué vas a hacer con esto’. Y empezó mi Vía Crucis el tiempo de lograr la novela”, explica Krauze.
La también autora de Cómo acercarse a la poesía tardó 40 años en madurar la idea y madurar ella como persona y escritora para compactar más de un siglo de historia conocida en un comedor dentro de un departamento en la colonia Condesa.
Esa historia compactada pasa por lo que su abuela atestiguó: la revolución bolchevique, la caída del sarismo en 1905, la llegada de los cosacos con toda y su sangrienta actividad en Ucrania en contra de las aldeas judías.
“Mi papá se salvó de milagro porque se escondió en un pajar y desde ahí él veía cómo volaba la cabeza del carnicero. Mi abuela atestiguó todo eso y luego la entrada del nazismo y la Segunda Guerra Mundial, aunque ella ya estaba aquí en México”, relata.
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DESPLAZADOS
–¿Cuál es tu valoración del fenómeno de los desplazados por obligación?
“Aterrador. Ahorita que estamos en el siglo 21 estamos repitiendo el siglo 20 como en un reloj. Como que dices quiero volver a verlo y le das click y estamos repitiendo exactamente lo mismo: grandes cantidades de población tienen que salir huyendo de su lugar o porque los corren, porque los persiguen.
“A veces el crimen organizado, a veces por cuestiones religiosas fanáticas, a veces la pobreza, el estado de guerra. Tienes Oriente Medio, pero también en Latinoamérica y en el propio México”.
Ethel Krauze es autora de otras obras bajo el sello de Alfaguara, como El secreto de la infidelidad, El instante supremo, El diluvio de un beso, Todos los hombres y El país de las mandrágoras.
Interrogada sobre cuál es su samovar personal, sin pensarlo dice que lo descubrió durante el tiempo que duró la pandemia en su momento más crítico, cuando no se sabía qué iba a pasar con esta enfermedad.
“Pensé: este es el drama que nos tocó vivir a mi generación, así como a mi abuela le tocó vivir la revolución, la guerra, el nazismo, su drama, a mí me tocó vivir la pandemia, a todos.
“Entonces dije si a cada generación le toca su drama, a cada generación le toca también sus amores, cada uno de nosotros puede ir al rescate de sus amores y decir de qué me voy a hacer, de qué me voy a aferrar.
“Y así como ella hizo esa relación simbólica con el samovar, a mí qué era lo que me calentaba el corazón, pues el lenguaje para poder escribir Samovar, la novela.
“Fue cuando me aferré a poder aterrizar cabalmente todos esos cuadernos que tenía y lo hice, ese es mi hogar, mis amores, Samovar, la novela”.
La escritora sugiere a sus lectores, a quienes lean su nueva novela, que el libro les permita entrar en su propia historia, que reflexionen en cuáles son sus orígenes, qué es lo que necesitan rescatar, su tragedia, su naufragio y su salvación.
“Que rescaten del olvido y del silencio las historias de las mujeres que son dignas de ser escritas”.
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