Cada vez estoy más convencido de que el escritor español Agustín Fernández Mallo es un artista conceptual que se pertrecha detrás de la literatura para dar cuenta de sus obras y acciones que se esparcen por las calles del mundo y que no necesitan ser expuestas en un museo -para eso es que pública-.
Y ello queda totalmente expuesto en el que probablemente sea su libro más personal, pues Madre de Corazón atómico es una novela que se centra en dar cuenta de la relación con su padre, quien ha muerto 12 años antes y especialmente de la última etapa de su vida, cuando fue perdiendo la memoria.
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El creador del proyecto, inicialmente narrativo, Nocilla y que luego fuera multidisciplinario se remonta a la saga familiar que llevó a su progenitor a instalarse en La coruña para desempeñarse como médico veterinario; un minucioso profesionista en llevar una cuidada bitácora de su desempeño profesional que incluye fotografías y una colección de revistas sobre cerdos.
Casi medio siglo después, Agustín trata de reproducir un viaje de su padre por suelo norteamericano con el fin de escoger animales para llevar a España; precisamente la recreación posterior y la revisión de sus recuerdos y el vasto archivo trazarán el vínculo con la portada del célebre álbum de Pink Floyd, que procede de sus inicios y que le da también título a lo que pretende ser una novela total.
Es así que hay acotaciones a los cuadernos paternos, a los proyectos multimedia del hijo y a todo aquello que sirva para engrasar la máquina de narrar… así sean links, fotografías, calcomanías y gran cantidad de reflexiones que fluyen como si también se tratara de un ensayo.
Es así como Fernández Mallo toma un asunto sensible para su historia personal, pero que sirve de pretexto para conducir reflexiones de un cálido tono filosófico, tal como la siguiente: “Entendí que el problema de la identidad es el único asunto acerca del que merece la pena pensar, y también el único del cuál es imposible llegar a resultado alguno. Desde entonces dos ideas dominan mi día a día: 1) la realidad no es la realidad sino un deseo, 2) la identidad es una alucinación del ego”.
Madre de Corazón Atómico está marcada por diversos viajes que van de Kansas a Nueva Escocia, pasando por Boston, Palma de Mallorca y aterrizando en Ciudad de México -donde estaba cuando se enteró de la muerte del padre-; un tema toral que va y vienen a lo largo del libro: “En una cuenta robot, que reproduce al azar frase del pensador francés Roland Barthes, he leído: La muerte es sobre todo esto: todo lo que se ha sido visto y que ha sido visto para nada”.
Todo lo que aquí es contado le permite llegar a dos tremendas conclusiones: “La vida escribe la ficción que nosotros jamás nos atreveremos a escribir” y “Las malas narraciones cuentan una verdad a medias. Las buenas narraciones cuentan una verdad y media”.
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Pasamos de acompañarlo al abismo que representa un cuarto de hospital a recorrer autopistas congeladas y colocar pegatinas con dilemas matemáticos en varios lugares del mundo. Agustín Fernández saca todos sus trucos… tira de loops, de ciencia, de arqueología de la cultura pop; instalado en lo más personal -la muerte de un progenitor- hurga en todo el entorno: “Para ver ahí al más abstracto de los géneros, el memorialístico. Nuestra legítima y particular Novela Histórica”.
Se dice que Madre de Corazón Atómico es: “una narración que aborda la condición humana al completo y que propone entender la muerte no como el final de un camino, sino como un principio, la última lección de vida de un ser querido”, y ello es innegable, por lo que su lectura es una experiencia formidable por la que atravesar.
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