Enrique Rivas columna Vozquetinta

Aforismos para el moderno zoon politikón

Leí El príncipe, de Nicolás Maquiavelo, por obligación escolar. Lo pidió como tarea Enrique González Pedrero, a la sazón director de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, pero en su papel de profesor de una materia de rimbombante título: “Historia de las ideas políticas y sociales modernas, de Maquiavelo a nuestros días”. Hace poco exhumé mi ejemplar del libro (aquella edición enriquecida con apostillas de Napoleón Bonaparte, impresa por la colección Austral), volví a leer algunos capítulos y, sobre la marcha, a la usanza napoleónica, me puse a escribir en hojas de reúso mis propios aforismos. Aquí van:

  • «Como cualquier actividad humana, el arte de la política evoluciona y se trasforma. Lo que permanece son sus monólogos, siempre llamándolos diálogos con el pueblo.»
  • «¿Tienes por meta ser políticamente correcto? Santifica tus incorrecciones políticas y, después, dogmatízalas en leyes.»
  • «Una liga puede estirarse al máximo cuando se trata de culpar de todos los males políticos al pasado. Estaría bien, en consecuencia, crear por decreto una nueva paraestatal, denominarla Ligamex y designar como gerente de ella a un exgobernador, para reponer las ligas que el exceso de uso vaya desgastando o sustituirlas por otras más estirables.»
  • «Un buen político manda grabar en su escudo heráldico una buena divisa. La moda actual impone la de ‘Polariza y vencerás’, por breve, rotunda y de eficacia comprobada.»
  • «Cada arenga política ha de sustentarse en la audacia. Si se le añaden sobredosis de lenguaje agresivo y descalificación a quienes no piensen de igual manera, el discurso quedará redondo.»
  • «Las estadísticas, reza cierto refrán, suelen tener mucho de sofísticas. Conviene al político, pues, oponerlas con la lógica incomprobable de que él posee otros datos, sin decir cuáles son y de qué manga los extrajo.»
  • «Ser austero es una virtud ejemplar. Desde luego, pregonar austeridad y no ejercerla conlleva el riesgo político de caer algún día del mecate; más aquello de ‘Sí, pero lo viajado, ¿quién me lo quita?’ resulta un magnífico pretexto para correr el albur.»
  • «Entre las anécdotas más significativas de nuestra rica historia política se encuentra la contestación dada por un cacique de la vieja guardia a quien le preguntaron qué entendía por moral: ‘Pues un árbol que da moras’. Todo político moderno debe enmarcar esta perla en un cuadro y decorar con él la pared de su lujosa oficina.»

¡Aaah, lo que desencadenó mi relectura de una obra clásica de la literatura política! Y ahora, a guisa de colofón, cierro este ejercicio lúdico-irónico-aforístico con la siguiente sentencia, la única que me atreví a escribir en primerísima persona del singular: «Nunca, por fortuna, cedí al canto de sirenas de ocupar un cargo político. No habría sabido en qué lóbrega cárcel encerrar después a mi conciencia.»


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