El pensamiento complejo ha impactado en la educación al impulsar un enfoque que supera la fragmentación del conocimiento, promoviendo la visión holística y sistémica de la realidad, la interdisciplinariedad y la capacidad de los estudiantes para enfrentar la incertidumbre. Esto se traduce en métodos de enseñanza más innovadores, como el aprendizaje basado en problemas (\(ABP\)) o el “flipped classroom”, que fomentan un aprendizaje más pertinente, reflexivo y orientado a la resolución de problemas sociales y naturales en el mundo real.
El pensamiento complejo desafía la división disciplinaria tradicional, que aísla el conocimiento en compartimentos estancos. En su lugar, promueve la integración de saberes para abordar problemas complejos que, por su naturaleza, no pueden ser resueltos desde una única disciplina. En la universidad, esto se traduce en programas académicos que combinan ciencias, humanidades y tecnología, preparando a los estudiantes para conectar el conocimiento de manera sistémica y holística.
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Además, el pensamiento complejo ha impulsado una revolución en la pedagogía universitaria, enfocándose en el desarrollo de habilidades cognitivas de alto nivel, más allá de la mera memorización de información. Esto incluye el pensamiento crítico, la capacidad de resolver problemas complejos, la creatividad y la adaptabilidad. Las metodologías de enseñanza, como el aprendizaje basado en proyectos y la investigación colaborativa, se vuelven más comunes, buscando que el estudiante no solo aprenda, sino que aprenda a pensar y a aplicar su conocimiento en contextos reales. Esto fomenta una mentalidad reflexiva y de autoaprendizaje que acompaña al egresado a lo largo de su vida.
Es notable que el pensamiento complejo ha resignificado el propósito de la educación superior en un mundo globalizado. En lugar de limitarse a la formación de especialistas, las universidades ahora buscan formar individuos con una conciencia vital de su propio saber y de la realidad que los rodea. Este enfoque contextualiza el conocimiento, vinculando lo local con lo global, y prepara a los estudiantes para enfrentar la complejidad antropológica y social de su tiempo. En un panorama donde los desafíos sociales, tecnológicos y ambientales se entrelazan, el pensamiento complejo se erige como una herramienta crucial para generar saberes integrales y formar ciudadanos comprometidos con su entorno.
En un mundo donde la integración de la inteligencia artificial (IA) y su impacto en el empleo exigen una profunda redefinición del papel de educación, pero en especial en el de las universidades pública, estas instituciones deben dejar de ser meras transmisoras de conocimiento para convertirse en centros de innovación y adaptación, preparando a los estudiantes para un mercado laboral en constante transformación.
En este sentido, el futuro del empleo en el siglo XXI se nos muestra caracteriza por la automatización de tareas rutinarias por la IA, eliminando ciertos puestos de trabajo, pero también creando nuevas oportunidades en áreas emergentes. En este contexto, las universidades públicas tienen la responsabilidad de capacitar a los jóvenes en habilidades que la IA aún no puede replicar, como la creatividad, el pensamiento crítico, la resolución de problemas complejos y la adaptabilidad.
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