Intenso como fue políticamente, así concluyó abril en su última semana. Tres temas colmaron la agenda: la salud del presidente López Obrador, el nombramiento indispensable para el funcionamiento del Instituto Nacional de Acceso a la información (INAI), y el proceso legislativo, apresurado en la Cámara de Diputados y atropellado en el Senado.
Del último dijo el diputado Santiago Creel, presidente de su mesa directiva, “es la expresión de las dos visiones de país”, en referencia a la sostenida por el gobierno y su mayoría parlamentaria y la contraria de la oposición.
Análisis en los medios y debates académicos caben en esa corta frase del antiguo secretario de Gobernación. Tan claro como eso: dos formas de ver al país, dos visiones distintas de proyectar su futuro, confrontadas y discutibles, con historias de logros y fracasos, ambas. Lo importante es su origen y contexto: provienen de y conviven en democracia.
La diferencia para su viabilidad es una: la mayoría alcanzada en las elecciones. Su desarrollo más o menos agitado, menos o más terso, depende del desempeño de quienes conducen la gestión y la materializan con expresiones y actitudes. Esto es, depende del estilo propio de hacer política.
En ello, creo, no hay reglas, si acaso aspiraciones: inteligencia o audacia, seriedad o atrevimiento, imaginación o necedad, cortesía o prepotencia, generosidad o abuso. De eso dependerá el resultado, independientemente de los costos, inmediato e histórico, para cada franja partidaria.
Otro aspecto es la trascendencia, el impacto social de la conflictiva política. A quiénes llega y sobre todo a quiénes preocupa. Antes todavía: ¿cuántas y cuántos ciudadanos están informados e interesados en estos procesos? ¿cuántas y cuántos advierten la dimensión de sus consecuencias? El día a día de la gran masa tiene otras preocupaciones.
Aun en la clase política y en las élites, los objetivos y reacciones se diferencian. Si los intereses no son iguales tampoco lo serán las valoraciones. Sin embargo la existencia de dos visiones opuestas, ha llegado a la polarización. Esa variable si es un riesgo.
En democracia no hay puentes rotos, razones absolutas, ni propiedad del futuro. Un repaso elemental por la historia nacional sirve para confirmarlo. Están ahí los nefastos resultados de todo tipo de excesos, personales y de grupo, después del nacimiento de la república.
En el contexto del Coloquio Internacional “La humanidad amenazada: ¿quién se hace cargo del futuro” convocado y realizado en la semana recién concluida por la Universidad Nacional Autónoma de México, UNAM, el profesor vasco Daniel Innerarity afirmó: “…el gran problema que tienen las sociedades y las democracias contemporáneas es que hay quienes gestionan el principio de la realidad sin hacer mucho caso a las dimensiones normativas y de legitimación, y otros que, por el contrario, únicamente atienden las aspiraciones, los deseos, pero no tienen ninguna presión hacia la realidad”. (Gaceta UNAM, 24/04/23)
Ubiquemos nuestra responsabilidad en el escenario, comprometamos el derecho a la participación ciudadana. De poco sirve presenciar. La arena política no es la posibilidad única.
Vendrán otras pruebas al sistema. El diseño constitucional de pesos y contrapesos está para resolverlas. Apostemos, sí, a la supremacía de la Constitución, soporte de la democracia mexicana con dos o más proyectos de nación.
Pasado el fragor de cada episodio intenso, conviene un espacio de reflexión y sensatez. Mayo nos lo ofrece a partir de hoy. Bienvenido.