Laborar en el campo educativo implica responsabilidades académicas, jurídicas y éticas sobre nuestro actuar, y en particular, hablar de ética o intentar hacerlo, nos lleva por muchas vertientes que tienen que ver estrictamente con los atributos personales de cada individuo ante los ojos de una colectividad.
Desde finales del año pasado un tema que ocupa los titulares en diversos medios de comunicación es el caso de una ministra de la Suprema Corte de Justicia de la Nación acusada de plagio en la tesis que sustentó para obtener el título de licenciado en derecho por la máxima casa de estudios en el país.
Independientemente de los tintes señalados en el caso, aquí la materia sobre la mesa es en estricto la ética académica, relacionada con todos los que intervienen en un proceso escolar, háblese del cuerpo docente, alumnado, autoridades, personal, padres de familia y per se, las propias instituciones desde su reglamentación para privilegiar las buenas prácticas.
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Las múltiples definiciones de ética académica convergen en aludir a un conjunto de códigos y normas conductuales que regulan el actuar personal en un ambiente escolar y se relaciona estrechamente con el respeto, integridad, honestidad, tolerancia y otros conceptos de compleja ilustración, sobre los cuales no es intención de esta columna controvertir.
Es indudable que el docente juega un papel eje en este contexto, pues no solo es dador de conocimiento, a la par transmite formación personal con su actuar, propone una actitud ante la vida y un estilo que puede influir en el estudiantado, pero no podemos perder de vista que el alumno recibe en casa las primeras lecciones, ahí es donde se nutre del ambiente familiar, sea éste cual fuere.
El impulso al desarrollo personal desde el aula es determinante en el desempeño profesional, los modelos educativos incluyen asignaturas formativas que promuevan los valores y las buenas prácticas en la sociedad, en estos tiempos donde hablar de la pérdida de éstos es más frecuente, el aula debe ser un lugar seguro para el estudiante, dotada de docencia comprometida con la pervivencia de buenas prácticas dentro y fuera del salón de clases.
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La ética académica se erige como uno de los principios esenciales e identificativos del prestigio y el buen hacer en una institución, ponerla en práctica y permear su observancia entre los integrantes de la comunidad, es el espíritu de los protocolos de actuación para garantizar los procesos.
Ejemplos de malas prácticas hay muchos, un docente que sanciona que los alumnos llegan tarde cuando él es impuntual, asignar una calificación inmerecida, impartir una materia sabiendo que no se poseen los conocimientos demandados, conductas engañosas, fraude o uno de los actos más deshonrosos en este ámbito que es el plagio, en su ejecución pueden aparecer uno, varios o todos los actores.
La falta de ética académica es demasiado evidente en personas que olvidan lo importante que es sostener nuestra vida diaria con valores y buenas prácticas, en el caso referenciado al principio de este apunte, hay un montón de respuestas por encontrar ¿Cuántos involucrados faltaron a la ética académica? ¿Los ordenamientos regulan? ¿Hasta dónde alcanza una mala decisión? ¿Vale la pena conducirse adecuadamente en la vida?
Es altísima la responsabilidad de quienes en la academia encontramos nuestra vida laboral, somos formadores y entregamos a la sociedad profesionales que denoten conocimiento de la mano de un compromiso con el actuar colectivo, nuestro sello como sociedad, es una carta de presentación.