Hay detectives que no pasan de moda. Son hombres que gracias a su personalidad y a la manera en que resuelven los casos que tienen que investigar conquistan y reconquistan a sus lectores y a todos aquellos que se van sumando en el camino.
Tal es el caso de Philip Marlowe, el personaje creado por el ingenio de Raymond Chandler (1888-1959) considerado por algunos como el padre de la novela negra.
Chandler dio vida al detective Philip Marlowe o simplemente Marlowe, como Bond, el agente 007, en el año de 1939, en la novela “El sueño eterno”. En esa obra los lectores conocieron por primera vez a este detective que se mueve en los bajos mundos de la ciudad de Los Ángeles.
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Y de ahí en adelante el personaje vio crecer su fama en “Adiós, muñeca”, “La ventana siniestra”, “La dama del lago”, “La hermana pequeña”, “El largo adiós” y “Playback”, todas ellas llevadas a la pantalla grande gracias a la intriga y misterio que envuelven cada una de ellas.
Poco más de medio siglo después de la muerte de su creador, el detective Marlowe vuelve a escena en la novela “La rubia de ojos negros”, ahora bajo la autoría de Benjamín Black, seudónimo del escritor irlandés, John Banville, ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras 2014.
Una pluma privilegiada y un personaje consolidado, más un sello editorial de primera como Alfaguara, dan como resultado una novela de suspenso que atrapa al lector de principio a fin.
La historia se ubica en la década de los 50, en California, donde el detective Marlowe recibe la visita de una mujer rubia, elegante, millonaria, Clare Cavendish, quién busca los servicios del detective privado.
–Quiero que localice a alguien–, me dijo.
–Vale. ¿De quién se trata?
–Un hombre llamado Peterson, Nico Peterson.
–¿Un amigo suyo?
–Era mi amante.
Ese es el primer gancho maestro de la obra de Benjamin Black, quien logra llevar al lector en poco más de 300 páginas por una historia que tiene como escenarios el Club Cahuilla, un lugar exclusivo para socios en Bay City, o la mansión Cavendish, así como por estudios cinematográficos de Hollywood, donde trabaja el tal Nico Paterson.
El detective Marlowe verá su suerte no solo en los ojos de su clienta, sino frente a hombres al servicio de quién sabe quién, mexicanos por lo demás, que lo pondrán en peligro constantemente mientras sigue las huellas de Paterson.
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Benjamin Black o John Banville es fiel a la esencia del personaje creado por Chandler, cuyos herederos fueron quienes pidieron al autor irlandés, escribiera esta historia ya puesta en cartelera bajo el título de “Sombras de un crimen”.
“Soy un investigador privado con licencia y llevo tiempo en este trabajo. Tengo algo de lobo solitario, no estoy casado, ya no soy un jovencito y carezco de dinero (…) me gustan el whisky y las mujeres, el ajedrez y algunas cosas más. Los policías no me aprecian demasiado, pero hay un par con los que me llevo bien”.
Esa es la forma como se describe Marlowe en la novela “El largo adiós”, de Raymond Chandler y que son fielmente retratadas tanto en la novela como en la adaptación cinematográfica.
“La rubia de ojos negros” ha sido bien acogida por la crítica, faltaba más, viniendo de un autor de quienes muchos lo catalogan de ser dentro de poco merecedor del Premio Nobel de Literatura.
Black/Banville recibió apenas en 2011 el prestigioso Premio Franz Kafka, para algunos la antesala del máximo galardón literario. Entre sus obras se encuentran “El mar” catalogada como la mejor novela del año por el Irish Book Award; “El Intocable”, “Eclipse” e “Imposturas”.
Y en el campo de la novela negra sus obras, firmadas con el seudónimo de Benjamin Black, incluyen “El lémur”, “El secreto de Christine”, “El otro nombre de Laura”, “En busca de April”, “Muerte en verano”, “Venganza” y ahora se suma la obra protagonizada por Marlowe.
La novela no decepciona y para quienes han seguido las historias donde Marlowe es el protagonista menos.
Stephen King sostiene sobre esta obra: “Allá donde se encuentre, Raymond Chandler sonríe ante la impecable factura de esta novela negra en la que resuenan perfectamente afinados los ecos de la melancolía del propio Chandler.
“La historia es fantástica, pero lo que me ha dejado boquiabierto es cómo John Banville ha captado el efecto acumulativo que la prosa de Chandler tenía sobre el lector. Me ha encantado esta obra. Ha sido como si entrase en la habitación un viejo amigo, uno que ya tenía asumido que había muerto”.
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