Es ampliamente conocida la historia de un diálogo entre estudiantes y la prestigiada antropóloga Margarita Mead, donde se le preguntó cuál consideraba ella el primer signo de civilización en la humanidad. Ella respondió que fue cuando un humano dedicó tiempo y esfuerzo para cuidar a otro humano: “El primer fémur cicatrizado indica que por primera vez en la humanidad no éramos desconocidos el uno para el otro”. La académica argumentaba que en el reino animal si un individuo se rompía una pierna, estaba prácticamente condenado a una muerte pronta, pues mientras el hueso soldaba, era muy probable que el herido muriera de sed, de inanición o atacado por otra especie de animales, por lo tanto, las huellas de que un humano sobrevivió a una fractura grave, implican que otro individuo lo atendió, alimentó, cuidó de él mientras su cuerpo se sanaba.
Recupero ese memorable recuerdo porque quiero compartir una reflexión sobre un lamentable evento que hace unos días circuló en las redes sociales y en alguna prensa escrita, donde un grupo de migrantes centroamericanos se enfrenta a personal de la Guardia Nacional y del Instituto Nacional de Migración; los videos publicados nos muestran como los migrantes se lanzan a romper el cerco formado por la policía, vemos los forcejeos, empujones de ambos lados, pero lo grave es cuando aparece un funcionario con uniforme laboral, pateando salvajemente a un migrante que ya está tendido en el piso. ¿Cómo es que regresamos una y otra vez a ese tipo de conductas?
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Comprendo la necesidad y el derecho que cada país tiene de resguardar sus fronteras; más, el tema de la migración debe abordarse desde una mirada mucho más profunda que el mero marco legal convencional.
La migración es un derecho humano, bueno, todos somos migrantes. Si aceptamos lo que la ciencia nos cuenta acerca de la evolución del homo sapiens, nuestra especie surgió hace aproximadamente 200 mil años en un rincón de Africa Oriental, desde ahí se fue regando por todo el planeta, poniendo como ejemplo que hace 45,000 años colonizaron la difícil Australia y aproximadamente hace 16,000 años llegaron a América. La mayor parte de nuestra historia como especie fuimos nómadas, fue durante la primera revolución agrícola, hace 12,000 años, con la domesticación de plantas y animales cuando se fueron formando los asentamientos permanentes; en los siguientes milenios construyeron pequeños pueblos, ciudades, reinos, grandes imperios y en la modernidad, naciones.
Hoy, la Organización de las Naciones Unidas reconoce la existencia de 193 Países. Como podemos ver, el mapa del mundo sigue cambiando constantemente, por lo tanto, aferrarnos a arcaísmos nacionalistas como argumento para rechazar, segregar, reprimir, criminalizar a los migrantes, es cerrar los ojos ante una realidad presente en toda nuestra historia como especie, misma que no se detendrá solo porque las leyes de cualquier país la decreten como ilegal.
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A algunas personas, ver a los migrantes en su travesía les despierta sentimientos de empatía, comprensión a su circunstancia y respeto por su dignidad humana, en otras, surge una actitud de desprecio, un aire de superioridad y con frecuencia un tufo de racismo donde el otro es un intruso, un inferior que suele estar marcado por sus características físicas diferentes y su pobreza económica. Otros más, abogan por una migración legal, donde los favorecidos se acerquen al ideal físico impuesto por la cultura occidental y que de preferencia posean grandes cantidades de dinero para que aporten a la economía local.
Millones de seres humanos seguirán migrando por distintas razones, los gobiernos de los diferentes Países y los diferentes organismos internacionales tienen la obligación de construir mejores respuestas para este añejo problema. Si reflexionamos acerca de cómo nos convertimos en lo que hoy somos, de como se formaron los países actuales y coincidimos en que son solo fruto de acuerdos políticos circunstanciales, de una conquista territorial, de la guerra, podemos dar un salto en nuestra consciencia colectiva al aceptar que somos una solo raza, una misma humanidad.
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