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Eras del paste

Garlito

Si bien es cierto que cada región o estado, cuenta con una gastronomía original o adaptación de otras y cuyo resultado enriquece las existentes o mejor aún, crea otras distintas pero parecidas, son ejemplo del mestizaje y de la gran veta cultural e histórica que otorga la interrelación de dos o más culturas, amalgamándose en una diferente, la comarca minera Real del Monte Pachuca, no quedó exenta de ello y nos heredaron el bocadillo minero por excelencia: los pastes.

Foto: Carlos Sevilla

Artesanal

Viejos mineros acarreaban en su guangoche, mochila de manta, preferentemente tacos, café y pulque, otros memelas y una serie de guisos, cuya base eran quelites, calabazas, frijoles y bastante salsa; las condiciones en el interior de la mina, exceso de humedad, calor sofocante, oscuridad y un trabajo agotador, permitían solo comer lo indispensable para aguantar el resto de la jornada laboral que podría ser de doce horas; sin las mínimas medidas de seguridad ni higiene en los laboríos, en las profundidades de la mina, se bebía y comía en medio de una euforia ficticia.

De todos los grupos de mineros explotadores, empresarios y comerciantes, la comunidad inglesa es quien, sin proponérselo, logró mayor penetración social y cultural que sus antecesores españoles o sus predecesores estadounidenses; los llamados aventureros ingleses, lo eran en verdad, quizá por una cultura más amplia y universal, emprendían verdaderas proezas como la realizada en estas tierras; transportar desde Inglaterra a las profundidades de Real del Monte o Pachuca, la revolución industrial, transformar una industria mundial en el lugar donde desde 1555, era la cuna de la minería moderna.

Foto: Carlos Sevilla

Afables, flemáticos y educados, los ingleses se adaptaron al mundo pachuqueño y realmontense, costumbres como sus casas con jardincitos arreglados, beber té con pan serrano, acudir los domingos en familia a la iglesia protestante o adaptar nuevos frutos a sus mermeladas y repostería; la empanada inglesa, madre absoluta del paste, fue traída por las mujeres inglesas que trastocaron su receta original y adaptaron nuevos elementos autóctonos y como toda historia exitosa, entre la patrona inglesa y la cocinera indígena, crearon el bocadillo que llevaría el nombre de paste, degradación de la palabra Pasty, empanada.

Cunas

Los pastes son una tradición histórica de la comarca minera y durante su vida han tenido diferentes etapas, desde aquella que se envolvían en papelitos de colores que identificaban sus sabores, el amarillo frijoles y el rojo papa con carne, otra etapa, fue cuando aparecieron más cercanas a su origen, en realidad empanadas, de piña y arroz con leche; hubo algunos años en que la venta de pastes decayó y se convirtieron en bocadillos escasos y su venta era más que artesanal hogareña.

Foto: Carlos Sevilla

En las últimas décadas del siglo pasado, el paste recuperó su posición ante el embate de pizzas, hamburguesas y hot dogs, recobró su importancia histórica y cultural y se promovió erróneamente, como un platillo hidalguense, siendo en realidad una adaptación y muestra de ello, fue su diversificación y surgieron de sabores inimaginables, degradando el platillo: pastes de salchicha, de tinga, rajas con crema y un etcétera que en vez de ayudar destruyó un poco su dignidad pasada, afortunadamente los que saben, tienen el conocimiento que pastes solo de papa y frijoles y nunca con pasta de hojaldre, según dictan las expertas pasteras de la región.

El secreto del paste es la pasta, el relleno podrá reinvetarse o regresar a sus raíces, pero el manejo de la pasta y las cantidades exactas de los ingredientes básicos, lo hacen un bocadillo uniforme, con ciertas diferencias entre sí, se puede decir que los pastes de Pachuca y Real del Monte, son casi iguales y si de cunas se habla, fútbol, golf, tenis, minería, algo seguro es la cuna del paste y aunque hay copias, el paste es único y nunca es un antojito sino un bocadillo europeo muy mexicano.

Foto: Carlos Sevilla

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