México es un topónimo compartido por tres territorios: el de un país, el de un estado, el de una ciudad. Al primero le decimos llanamente México, aunque su denominación completa, desde 1824, sea Estados Unidos Mexicanos. Al segundo lo nombramos estado de México, aunque nuestras tres históricas Constituciones federales han documentado como válido nada más el apelativo México, sin antecederle lo de “estado de” (por eso, al no formar parte de su nombre propio, es incorrecto escribirlo con mayúscula: Estado de México). A la tercera la llamamos ciudad de México, aunque hasta antes de tener una Constitución local su nombre de pila se restringía al de México, también sin un previo “ciudad de” (la neta, no me parecía de vida o muerte legalizarle tal añadido; pero en fin, por ser constitucional, lo acepté a regañadientes y ya me obligo a mayusculizar Ciudad de México).
Lo absurdo, lo incongruente, fue que a la nueva entidad federativa donde se halla la capital de la república la designaran idéntico que a la urbe. Vaya: las volvieron homónimas, igualaron cada parte con el todo. Esto significa que, si yo me trepo al Pico del Águila o a la Cruz del Marqués, las cumbres rocoso-arboladas del volcán Ajusco, sigo pisando suelo de la Ciudad de México. Implica también referir, no como antes: «Azcapotzalco, Distrito Federal», o «Coyoacán, Distrito Federal», o «Magdalena Contreras, Distrito Federal», o «Milpa Alta, Distrito Federal», o «Xochimilco, Distrito Federal», sino como ahora es inevitable: «San Andrés Míxquic, Ciudad de México», o «San Francisco Tlaltenco, Ciudad de México», o «San Pedro Atocpan, Ciudad de México», o «Santa Rosa Xochiac, Ciudad de México», o «Topilejo, Ciudad de México»… ¡Qué remedio! Los viejos pueblos defeños, quizá las más valiosas islas identitarias en el caótico mar metropolitano, deberán ahora unir su toponimia a la del estado de Ciudad de México.
Encima, hay otros dos retos para el exDeefe. Uno: ¿qué abreviatura o siglas aplicarle? Aunque con el pelo en la sopa de utilizar una mayúscula intermedia, se impuso la mezcla CdMx, cuyo problema estriba en que no sabe uno cómo diablos leerla: ¿cedeemeequis?, ¿cedemequis?, ¿cedemecs? ¿cedemesh (poniéndonos meshicatiahuis)? Y dos: ¿cuál vendrá a ser su gentilicio formal (no el coloquial chilango,ga)? Si bien criticado por más de un purista del lenguaje, el reciente gentilicio defeño,ña, además de extendido a todas las capas sociales, tuvo carisma por ser breve, entendible a las primeras de cambio y de origen colectivo espontáneo. Dudo que le suceda igual al de…, ¡ah, jijos!, ¿ciudadmexicano,na?, ¿citadimexicano,na?, ¿cedemexicano,na?, ¿mexicociteco,ca?, ¿mexicociteño,ña?
Prepárenme el sambenito, el capirote y la pira para quemarme en leña verde a mitad del Zócalo, porque aquí les va mi propuesta (lástima: extemporánea). Sé que “hubiera” es la muletilla favorita de los lamentosos o frustrados, pero yo le hubiera puesto a la entidad el nombre de Anáhuac; así, en lugar de «Ciudad de México, Ciudad de México», quedaría «Ciudad de México, Anáhuac». Por lo tocante a siglas o abreviaturas, en vez de «Ciudad de México, CdMx», anotaría «Ciudad de México, Anahc.». Y en cuanto al gentilicio estatal, le destinaría el de anahuacano,na (¡por piedad, nunca ese híbrido cultista de anahuacense!).
¿Verdad que ni mandado a hacer para rimarlo, aunque sea de manera asonante, con el gentilicio informal? De este modo, sus pobladores podrían autoasignarse como chilangos anahuacanos o chilangas anahuacanas. Digo, pa’ que acaben de cacarear bien el huevo.
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