La pandemia que seguimos viviendo nos muestra muchas de las sombras que acompañan nuestra vida cotidiana; el largo confinamiento, la crisis económica, el miedo a ser contagiados, la muerte de conocidos, amigos y parientes, la pérdida del empleo y un largo etcétera, se han convertido en un detonante de actitudes y conductas que lastiman aún más a grandes grupos humanos. Comienzan a publicarse diversos estudios que nos alertan de que la violencia dentro de los hogares se ha disparado lesionando sobre todo a los niños, las mujeres y los adultos mayores.
Muchos son los rostros de la violencia. El primatólogo K. Lorenz, como resultado de sus investigaciones señalaba que el ser humano es el único animal que lleva en su propia especie la impronta de la agresión. Como sociedad aún no hemos logrado articular un discurso común que condene de forma clara y tajante el uso de la violencia como método para resolver diferencias. Hoy, aún dentro de algunos hogares, en el espacio más íntimo, escuchamos seudo argumentos para justificar la violencia y el abuso sobre los más débiles.
La violencia puede ser física, verbal, emocional, económica, patrimonial etc. pero todas sus formas encarnan el mismo fin: dominar, controlar, someter, nulificar, imponer, despojar. En el caso de la violencia hacia los niños, esta suele resultar la más cruel pues rompe con la posibilidad de un contacto basado en el respeto, la ternura y el amor. Este tipo de violencia resulta brutalmente doloroso porque deviene en el espacio donde se espera que los niños reciban la protección y los cuidados que necesitan para vivir. Irónicamente el niño es violentado por quienes tienen la obligación de protegerle.
La palabra autoridad en su fondo etimológico significa “hacer crecer”, la autoridad de los padres sobre los hijos se sustenta en una intención moral: aumentar en el hijo su capacidad para optar con libertad y responsabilidad. La autoridad paterna tiene sentido y se legitima cuando se piensa en el bienestar del hijo, apoyándolo a canalizar y encausar su energía hacia el desarrollo pleno de su potencial y su crecimiento personal.
La autoridad de los padres tiene un sentido positivo cuando está al servicio de los hijos. Cierto es que los niños y adolescentes requieren reglas y límites que faciliten su desarrollo integral y su adaptación social, proceso que será más sano si la autoridad conjuga la firmeza con una actitud comprensiva y amorosa. La recta intencionalidad de la autoridad paterna hará a los padres decir: hijo, te comparto las reglas en las que yo creo, solo mientras tú estás en aptitud de construir las tuyas. Mi deseo es que de las restricciones externas hagas tuyas aquellas que tu decidas. Busco acompañarte hasta que adquieras autoridad sobre ti mismo; me sentiré feliz cuando estés listo para tomar tus decisiones con plena autonomía.
La violencia hacia las mujeres también se ha incrementado, el machismo y los micro-machismos aumentan en espiral hasta llegar a los feminicidios. Es sorprendente el número de mujeres que son violentadas por aquel varón a quien eligieron como novio, pareja o esposo; de pronto se ven atrapadas en el ciclo perverso de la violencia: tensión, agresión, reconciliación. Victimizadas, muchas de ellas no encuentran más salida que la de enterrar su rabia y su dolor, asfixiar su instinto de conservación, acallar las débiles protestas de su dignidad herida, claudicar y en algunos casos extremos desplazar su ira hacia sus propios hijos.
Como sociedad, debemos seguir abordando este tema de manera abierta y directa. La violencia provoca muchos desequilibrios emocionales y mucho dolor humano; la violencia intrafamiliar es el camino más corto para generar sentimientos autodestructivos, frustración y resentimiento.
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