Ha pasado una semana desde que se celebraron las elecciones más grandes de la historia, con una participación que captó la atención de poco más del 50 por ciento del padrón electoral, y afortunadamente para quienes temían un choque de trenes, el saldo es más que positivo para la vida democrática de México. Salvo contadas incidencias y el ruido en las redes denunciando supuestos fraudes donde no lo hubo, los protagonistas de estos comicios, los ciudadanos, deben estar satisfechos por la lección de civismo que se dio al mundo entero.
En ese tenor Morena refrendó su papel como partido mayoritario, pese a la recuperación de algunos distritos federales por parte de la oposición, particularmente de Acción Nacional que se convierte así en la segunda fuerza política del país. El PRI fue el partido más golpeado luego de hacer el recuento de gubernaturas perdidas, mientras que el PRD gracias a la alianza con priistas y panistas logró obtener respiración de boca a boca para no perder su registro.
Mención aparte merece el Partido Verde, organismo que una vez más sacó raja de su ya conocido papel de meretriz electoral con lo que logró una buena cuota de curules. Y ni qué decir de Movimiento Ciudadano que se catapultó con el triunfo de su candidato a Gobernador en Nuevo León. El partido de Dante Delgado administra ya dos de las entidades más importantes del país.
En estos resultados hay un dato que llama la atención: un 30 por ciento de los diputados federales que buscaron la reelección no lograron su objetivo. Es decir, de 198 legisladores de todos los partidos que intentaron quedarse tres años más en San Lázaro, 59 no lo consiguieron. Otro ejemplo de funcionarios que pretendían repetir en el cargo se dio en el Estado de México, en donde de 67 alcaldes que lo intentaron 59 fueron rechazados por los ciudadanos.
Esa es la virtud de la democracia representativa. Que los electores deciden libremente quién quiere que los gobierne. Ellos ponen y ellos quitan. La obtención de un puesto público gracias al voto ciudadano no es un cheque en blanco para que el diputado o alcalde hagan y deshagan a su antojo. El funcionario tiene que rendir cuentas de su quehacer, tiene que dar la cara a su electorado y demostrar con hechos y no solo con palabras su quehacer político.
Quedó claro también que el nombre de quien ostenta un cargo público y las siglas de un partido político no bastan para asegurar la reelección. Allí están los casos de un parlamentario experimentado y con una carrera de toda la vida en la izquierda mexicana como Pablo Gómez, derrotado en las urnas por Gabriel Quadri, excandidato a la presidencia y ahora postulado por la alianza PRI-PAN-PRD.
El otro caso es el de Alfonso Ramírez Cuellar, ex presidente nacional de Morena antes del actual dirigente Mario Delgado, quien fue derrotado en las urnas por la cantante Rocío Banquells.
Podrá argumentarse que las derrotas de Gómez y de Ramírez Cuellar tuvieron que ver más con el voto inercial que logró la oposición en la Ciudad de México que con su actividad parlamentaria, lo cierto es que si el electorado no los ve, no sabe de su trabajo, no resiente en sus bolsillos y en su vida diaria la labor de sus representantes, es quizá obvio que busque otra alternativa en el Congreso. Eso a la larga es un triunfo para todos. Porque cabe esperar que los diputados y alcaldes que busquen la reelección dentro de tres años se esmeren por hacer un mejor papel que beneficie a la mayoría y no solo a ellos o a sus partidos. Que así sea.
Comentarios: miguel.perez@hidalgo.jornada.com.mx
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