ENRIQUE RIVAS

El ombligo y la cuna

La traducción más convincente y consensuada que los nahuatlatos han dado al topónimo Me-xi-co es la de metztli, Luna; xictli, ombligo; –co, lugar: “En el ombligo de la Luna”. Alude a que el contorno de los lagos dulces y salados de la cuenca cerrada de Tenochtitlan delineaba la figura de un conejo, idéntico a la silueta de las manchas del satélite natural de la Tierra; por tanto, también hace alusión a que la urbe edificada desde cero por los aztecas (autorrenombrados mexicas precisamente para honrar tal acontecimiento) se ubicaba justo en lo que vendría a ser el ombligo de aquel enorme conejo lacustre-lunar. ¡Un señorón dogma de fe cósmica, concebido para justificar la profecía señalada por Huitzilopochtli a tan inundable ciudad de ser, no sólo el ombligo del mundo, sino el centro del universo!

¿Cuándo ocurrió su fundación, si cabe llamar así al simple hecho de ir poco a poco estableciéndose un grupo humano en cierto paraje? Hay lecturas aproximativas al respecto, pero ninguna irrefutable. Oficializar entonces que fue en 1321 para acomodar políticamente esa fecha a otros años clave de nuestro país terminados en 21 supone manipular la Historia, como bien advierten Eduardo Matos Moctezuma y otras eminencias en el asunto. Construir la Historia a partir de un dato sin sustento, reescribirla, broncearla, celebrarla —todo hecho a modo, por supuesto—, es manosearla y de paso negarle sus virtudes como ciencia. Mayor conservadurismo, imposible.

(¿Qué firmeza metodológica, qué rigor analítico, qué ética interpretativa podemos los maestros enseñar y demandar a quienes hoy cursan esta carrera humanística? Si de por sí unos y otros casi nunca se alejan de su mesa de trabajo, y cuando hacen investigación “de campo” [es un decir] llevan en su mochila prejuicios, esquemas acartonados y clichés que norman su cómoda rutina de estudiosos urbanos de la Historia, ¿cómo concientizarlos para que se cuestionen con honestidad profesional el pasado y el presente, siendo que el mal ejemplo de lo contrario viene de mucho más arriba?).

La Patria ha sido y será siempre un tejido complejo, multiforme. Reducir su parto a una fecha dudosa (sacada como conejo de la manga o la chistera de un mago) y a un solo pueblo prehispánico (deificado como si fuera la matriz de una pluriculturalidad que ahora, para fortuna del país entero, nos identifica), parte de un principio erróneo, metido a chaleco en nuestro enfermizo centralismo. La otrora México-Tenochtitlan, asentada en un islote de águilas, serpientes y nopales, se arroga el privilegio de ser la única madre y cuna de la nación mexicana. Y ello se refleja hasta en la paremiología, pues no por sobado deja de tener vigencia en la mentalidad capitalina aquel refrán atribuido a la famosa “Güera” (o como escribió con ironía, no exenta de mordacidad, un literato del siglo XIX: la “Huera”) Rodríguez: “Saliendo de México, todo es Cuautitlán”.

La Luna como herencia fundadora. La Historia como escoba levantapolvos. La Patria como cartilla moral… Ni por cuál de ellas tomar partido, de tan ombligudas que las han puesto sus corifeos.


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