Para José Ramírez Gómez, la chatarra desechada por la industria no es desperdicio, sino puro potencial. Este artista encontró su vocación y sustento en la transformación de estos materiales en complejas y emotivas esculturas de lo que él llama “arte metalizado”. En una reciente y exitosa exhibición en el Centro Cultural Ricardo Garibay de Tulancingo, donde se mostraron cerca de 30 de sus piezas, Ramírez Gómez compartió con La Jornada Hidalgo algunos detalles de cómo su hobbie se convirtió en una forma de vida.
José Ramírez, quien lleva ya 14 años elaborando sus piezas, compartió sus orígenes. “Nací en el Estado de México, pero mi mamá es originaria de Acaxochitlán, ahí crecí, estudié hasta la secundaria, y de ahí nos regresamos al Estado de México”.

“Trabajé en diferentes talleres, tornos, molinos para forraje, después me fui a un taller de chasis, en todos esos talleres hay un montón de chatarra. Ahí inicia la curiosidad, después me regalaron baleritos, y empiezo hacer las primeras motitos, fue como un hobbie, y ahora prácticamente es mi trabajo”.
Explicó cómo su relación con la materia prima evolucionó de un simple rescate a un trabajo a tiempo completo: “En todos los talleres que siempre trabajé pues prácticamente la chatarra era para depósito de reciclaje, y hasta ahí a la fundidora, lo poco que rescataba era poco, pero ya en estos años yo compro la chatarra, voy a los depósitos”.
“La Oxida” y el “Burro” en Otumba
José Ramírez destacó una de sus obras más significativas: “Hubo una pieza, una escultura de una mujer que la llamé “La Oxida”, quedó en Otumba, Estado de México, esa me llamó la atención, fue una pieza como de 40 centímetros y estuve seleccionando el material varios meses, logré una pieza que fue laboriosa.”
Pero su arte trascendió gracias a una invitación inusual: “La historia también parte que personas de Otumba Estado de México, me invitan a la Feria Nacional del Burro. Tenía un burro, no lo exhibía en una plaza por el peso, nunca les dije que era de chatarra, pensaron que era un burro de verdad, cuando les mando las fotos me dijeron vente. Ya llevamos tres años acudiendo a la Feria Nacional del Burro el 1 de mayo.”

De engranes de tortilladora a robots
El artista de la chatarra subrayó que su proceso creativo lo ha llevado a ser altamente selectivo con los materiales: “Ya muy difícil yo vendo la chatarra sobrante”. Entre las piezas más admiradas de su colección se encuentran “Lucho”, un perro que un cliente bautizó cariñosamente como su “fiel amigo metálico”, y la figura de un “tlachiquero artesanal”.
José Ramírez también detalló el proceso detrás de la creación de una de sus piezas más complejas: un robot. “Como trabajé con torneros, veíamos como mecanizábamos las máquinas, se descomponían máquinas de tortillas, y prácticamente parte de engranes, cadenas, y todo eso lo empecé a reciclar, a seleccionar y dije esta es la hora pensar en un robot que tenga un poco de movimiento”.
El metal representa para él vida
Para José Ramírez, el metal es mucho más que un desecho industrial: lo considera un sinónimo de vida y potencial. Él mismo lo describe: “De un simple clutch [embrague] fabriqué unos girasoles, eso es lo bonito del metal que me gusta mucho”.
Su objetivo final trasciende la estética; busca generar una conexión emocional con el público. “Quiero que todos al ver mis piezas tengan un sentimiento”, afirma el artista, cuyo trabajo se basa en transformar la frialdad del metal en emotivas obras.

La infancia como semilla artística
Dijo sentirse profundamente contento por la interacción con las nuevas generaciones de creadores, un encuentro que calificó como un “triunfo”. Relató cómo, durante su reciente exposición, tuvo un encuentro revelador:
“Hoy vinieron dos niños de 9 años, y uno trajo su escultura pegada con imanes. Le llamó mucho la atención y empecé a platicar con él. Otro niño trajo sus robots hechos con Legos y le di la idea de pegar con imanes, de trabajar con tornillos, clavos. Para mí es un triunfo que ellos, que apenas van empezando, ya traigan esa inquietud en sus cabecitas. Le dije: ‘Tú ya eres un escultor, si ahorita me ves aquí quiero que tú te veas en unos años”.
José Ramírez atribuyó su sensibilidad artística a las carencias de su infancia, que lo obligaron a ser creativo. “En mí ya venía esto de niño, en esos años no teníamos recursos como para comprarnos un juguete”, explicó. Esta necesidad se convirtió en un motor creativo compartido.
“Mi hermano mayor, que hasta la fecha es carpintero, empezó a fabricar nuestros camioncitos de madera, y con eso jugábamos. Conforme fuimos creciendo, comenzamos a desarmar las bicicletas. Yo creo que de ahí empezó el gusto, el mío por el metal, y el de mi hermano por la madera”.
El talentoso artista confesó que el paso de hobby a negocio fue impulsado, en gran medida, por su esposa Claudia Vargas. La necesidad surgió cuando el taller donde trabajaba cerró sus puertas, obligándolo a buscar nuevas fuentes de ingreso.

“Mi casa era un museo, pero la pandemia me obligó a sacar todo al público para vender”, relató el artista. El verdadero motor, sin embargo, fue su compañera: “Comencé a mover mis piezas por culpa de mi esposa”, expresó entre risas al mirarla durante la conversación.
José reconoció que carecía de confianza en que sus creaciones fueran compradas, ya que siempre las había guardado como tesoros personales: “Ella fue la que me dijo: ‘vamos a venderlas’. Yo no tenía confianza de que mis piezas fueran compradas; siempre estuvieron resguardadas en mi casa, arriba del ropero, debajo de la cama, colgadas. Me dio el valor mi esposa, ella me motivó”. Gracias a su insistencia, el arte de la chatarra dejó de ser una colección privada para convertirse en su actual sustento.

Sigue nuestro CANAL ¡La Jornada Hidalgo está en WhatsApp! Únete y recibe la información más relevante del día en tu dispositivo móvil.

Deja una respuesta