Cinco años celebro hoy de colaborar cada semana en La Jornada Hidalgo. Como antaño en los periódicos El Día, El Nacional, Síntesis y El Sol de Hidalgo, y en las revistas Escala y Comunidad Conacyt, sigo haciendo lo que creo saber hacer a mis ya casi 76 diciembres de edad: esgrimir la pluma para comunicar ideas, puntos de vista, conocimientos. Si vivo, pues, es porque sigo activo en la escritura, porque me supongo lúcido, capaz aún de tejer mensajes más o menos coherentes. De lo contrario renunciaría al privilegio de contar con un espacio donde expresarme, o me jubilaría, pero una u otra opción, sobre todo la segunda, sería como suicidarme y tal medida extrema nunca ha cabido en mi concepto de la ética.
Quien nada publica ignora el impacto sensorial que deja el verse trascendido en un papel. Tras haberse peleado con la hoja en blanco y ponerle punto final al artículo, uno queda a la expectativa de la fecha en que saldrá impreso y, al llegar ésta, lo leerá igual que cualquier hijo de vecino, como si lo desconociera por completo. Le alegrará el día o se lo ensombrecerá. Le satisfará o le revolverá el estómago. Lo hallará libre de erratas o imprecará si descubre alguna. Sonreirá ante un juego de palabras o una frase ingeniosa o gruñirá si no le convenció lo redactado. Todo, menos que le resulte indiferente su propio texto, que lo deje frío, porque significaría que algo grave está ocurriendo en su misión escribidora.
Cuestión de vocación, digo para mis adentros como consuelo justificativo. Gracias a este caprichito de atar libremente palabras y eternizarlas con el puño sin que me tiemble la mano, es que continúo moviéndome en el mundo. Le hallo un porqué a la existencia. Me hace sentir útil, aunque acaso no lo sea para aquellos poquísimos seres humanos que tienen la osadía de fijar sus ojos en mis parrafadas, siempre con la esperanza implícita de que así empatemos nuestras necesidades de comunicación. Vamos: al menos que para eso sirva yo y que lo demás venga por añadidura.
Cinco años, cinco. Un lustro de reflexiones semanales sin interrupción alguna, ni siquiera en tiempos de crisis y achaques de salud. La mitad de un decenio que valoro como oro molido porque me impulsa a seguir andando. En suma: a mandar al cuerno el comodino, evasivo, tentador atajo de jubilarme.

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