Gregoria Hernández

Gregoria Hernández, 68 años en el arte del ixtle

Desde la comunidad de González Ortega, en el municipio de Santiago de Anaya, Gregoria Hernández Acosta ha tejido con hilos de ixtle una vida entera. A sus 68 años, esta artesana ha mantenido viva una tradición centenaria que aprendió de manera empírica observando a su abuela: “La finada de mi abuela me enseñó. Un día dejó tantito el ayate y yo le intenté, y sí me salió. Desde entonces, no lo he dejado”.

Gregoria recuerda que cuando sus hijos eran pequeños tejía sus piezas por apenas 20 pesos, con lo que alcanzaba para comprar maíz, mandado y lo indispensable para sostener a su familia. Crió a nueve hijos cuatro mujeres y cinco hombres, con los ingresos que generaba del ixtle, una fibra que extrae manualmente del maguey, seca al sol y peina cuidadosamente antes de hilar.

Gregoria Hernández, artesana de Santiago de Anaya, mantiene viva la tradición del tejido en ixtle, una herencia familiar que ha pasado de generación en generación.

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“El proceso empieza lavando el ixtle, se exprime, se seca al sol, luego se peina con la misma púa del maguey y ya que está listo, se hila según la prenda que se va a hacer”, explica.

Esa fibra rústica se transforma en ayates, estropajos, carpetas o prendas tejidas a gancho, cada una con su complejidad y tiempo de elaboración. Por ejemplo, un ayate puede tomarle tres días, mientras que una blusa bordada puede tardar semanas, dependiendo del diseño y puntada.

Hoy, sus piezas alcanzan precios que reflejan mejor el trabajo que implican: un ayate puede venderse en 3 mil 500 pesos, mientras que una prenda de vestir bordada puede llegar hasta los 15 mil. Aun así, la venta no es constante.

“Cuando hay pedido, hay que echarle ganas para sacarlo. Cuando no, pues nos aguantamos”, dice con serenidad.

El trabajo artesanal de Gregoria no solo es una fuente de ingreso: es una expresión de identidad, orgullo y perseverancia. Lo que más la satisface, afirma, es “terminar una prenda bien tejidita, bien limpia y bien presentada”. Sabe que es esa calidad lo que mantiene vivo su oficio, aunque reconoce que muchas personas ya no quieren dedicarse a esto.

No obstante, el conocimiento no se ha perdido del todo: sus cuatro hijas aprendieron a tejer, al igual que algunos de sus hijos, aunque estos últimos ahora trabajan como jornaleros.

“Mis hijas saben tejer a gancho todas. Aunque ya no lo hagan diario, ahí lo llevan”, cuenta con orgullo.

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Su prenda favorita de elaborar sigue siendo el ayate, símbolo de una labor que es tanto física como emocional. Cada pieza, explica, lleva la historia de su familia, del campo y de las manos que la trabajaron desde el maguey hasta el telar.

Gregoria Hernández
Gregoria Hernández, artesana de Santiago de Anaya, mantiene viva la tradición del tejido en ixtle, una herencia familiar que ha pasado de generación en generación.

En un contexto donde el comercio justo aún es una deuda pendiente y donde los productos artesanales suelen ser subvalorados, Gregoria representa una generación que no solo conserva la técnica, sino también la dignidad del trabajo manual. Su vida es testimonio de cómo el arte popular puede tejer futuro, identidad y resistencia.

Y aunque el mercado no siempre recompensa su esfuerzo como debería, ella sigue trabajando con la misma pasión que tenía cuando aprendió de su abuela:

“Me siento contenta, porque ya terminé esta prenda. Ya tengo algo para pasar la vida”.

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crs


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