La herencia de la guerra: el costo que seguimos pagando

  • Por: Dino Madrid

El asesinato de Carlos Manzo no es solo una tragedia personal o local, es un recordatorio doloroso de un país que todavía no logra salir del agujero que cavó hace más de una década, cuando Felipe Calderón declaró su “guerra contra el narco”. Aquella decisión, tomada sin estrategia institucional y con fines políticos, rompió algo más profundo que la paz, rompió la relación entre el Estado y la seguridad de sus ciudadanos.

Desde entonces, México vive en una espiral donde el crimen no solo mata personas, sino que va vaciando de autoridad a las instituciones. La violencia se volvió un poder paralelo que manda más donde el Estado no llega. Y mientras tanto, los partidos de oposición usan cada tragedia como arma electoral, olvidando que fueron ellos quienes iniciaron la guerra que seguimos librando.

Lo de Manzo duele porque simboliza esa herida abierta. Un servidor público no debería morir por cumplir con su deber. Pero así de frágil es nuestro pacto social, alcaldes sin policías suficientes, municipios sin recursos, comunidades sin justicia. Un país donde gobernar se ha vuelto un acto de resistencia.

No necesitamos más discursos de mano dura. Necesitamos instituciones fuertes, presupuestos reales y coordinación entre niveles de gobierno. No se trata de militarizar, sino de reconstruir el Estado desde abajo, desde los municipios.

La memoria de Carlos Manzo no puede quedarse en un minuto de silencio o una indignación pasajera en redes sociales. Debe ser un punto de inflexión. Porque la violencia no nació ayer, pero sí podemos decidir que no siga mañana.

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