Desde hace una semana, el aeródromo Guillermo Villasana, en Pachuca, dejó de ser una pista olvidada para convertirse en un nodo vital de auxilio. Donde antes aterrizaban avionetas de escuela o vuelos esporádicos, hoy rugen helicópteros militares cargados con toneladas de arroz, frijol, cobijas y agua.
Ahí se coordina la ayuda que alimenta a miles de personas que quedaron incomunicadas en la Sierra y la Huasteca hidalguense tras las lluvias de los últimos días.
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Operativo aéreo y terrestre: una logística que no descansa
La jornada empieza antes de que salga el sol y no se detiene hasta la madrugada. Más de dos mil personas trabajan en cadena: voluntarios, empleados del DIF estatal, personal del gobierno, soldados y pilotos. En un rincón, se arman despensas. En otro, se carga combustible. En medio, los vuelos: unos 45 al día. Hasta ahora, van más de 70 mil paquetes entregados, pero sigue faltando mucho.


Este domingo, el helicóptero Blackhawk 08 despegó con destino a Toctitlán, en Tlanchinol. En la panza del aparato viajaba poco más de una tonelada de víveres que originalmente iba a San Salvador, una comunidad más abajo, al fondo de una barranca. Pero aterrizar ahí es arriesgado. Las rocas, arrastradas por el río a lo largo de décadas, convirtieron el terreno en una trampa. La tripulación decide entonces cambiar el punto de entrega. Desde el aire, buscan el mejor sitio para la maniobra.
Al tocar tierra, la gente se acerca rápido. Algunos piensan que la ayuda será para ellos. El mayor Guzmán, a cargo de la operación, les explica que ese cargamento es para la comunidad de abajo. Una mujer rompe en agradecimientos hacia la presidenta, las fuerzas armadas y la ayuda. “Que Dios los bendiga”, dice en voz alta, mirando al cielo.

Pero también hay una petición se repite: que el reparto sea parejo. Una mujer reclama que en viajes anteriores no se consideró a madres solteras, personas mayores o enfermos. “Porque no trabajan, dicen”, comenta. Hay tensión, pero se mantiene la calma.
El plan cambia otra vez. Un soldado de la Defensa encargado del censo informa que, por disputas internas, no pueden dejar la ayuda en Toctitlán. La tripulación decide entonces arriesgarse y bajar hasta San Salvador. No apagan motores. El helicóptero apenas toca el suelo y ya hay una línea de 20 personas pasando despensa por despensa, de mano en mano, ladera abajo.
En menos de 10 minutos, las 110 despensas se reparten.

Impacto y seguimiento
En el regreso, la tripulación señala con la mano la zona de Metztitlán. Desde el aire, se ve como una mancha café. Inundado. En la cabina, un celular se cae. La persona que lo llevaba lo recoge de inmediato. Está cansado, pero sigue tomando notas. Hay que dejar todo registrado y no hay tiempo para descansar.
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Al volver a Pachuca, la nave es recibida con otra carga lista y un camión cisterna esperando. Mientras se rellenan tanques, se lanza un nuevo llamado. Edda Vite, presidenta del DIF estatal, insiste: “Necesitamos más apoyo. Una despensa completa por familia. No se trata de dar algo, sino de dar lo necesario”.

Mientras tanto, en los hangares, burócratas y voluntarios siguen armando paquetes. No hay tiempo para pausas largas. Del otro lado de la sierra, miles de personas esperan lo mismo: un poco de ayuda, al menos para aguantar, mientras los caminos se limpian y la normalidad, algún día, vuelve.
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