¿Está muerto el PRI o solo cambió de piel?

Por: Dino Madrid

En estos días volvió a sonar fuerte una frase del “Jefe Diego” Fernández de Cevallos: “El PRI es inmortal, solo se quitó la chaquetilla tricolor y se puso una moradita”. Con esas palabras, buscó insinuar que Morena es simplemente la continuación del viejo PRI.

Pero la discusión de fondo no debería ser si un partido se parece al otro, ni si el PRI cambió de color o de nombre. Lo verdaderamente importante es preguntarnos: ¿sigue vivo el priismo en la cultura política de México?

Porque el priismo no se reduce a unas siglas en la boleta electoral. El priismo es un modo de gobernar y de relacionarse con el poder. Es el compadrazgo que abre puertas, el amiguismo que reparte cargos, el nepotismo que acomoda a la familia, el tráfico de influencias que distorsiona la justicia, la corrupción que convierte lo público en botín privado. Ese es el verdadero rostro del priismo.

Y eso, lamentablemente, no murió con las derrotas del PRI. Ese estilo de hacer política todavía respira en demasiadas oficinas públicas y hasta en empresas privadas. Está en la mentalidad de quienes creen que el poder es para servirse y no para servir, en los que usan cargos para hacer negocios personales, en los que todavía piensan que la lealtad se compra con favores.

Por eso la batalla que hoy tenemos enfrente no es solo contra un partido político. No basta con que el PRI ya no gobierne. La lucha verdadera es contra esa cultura que degradó la vida pública durante décadas y que amenaza con reaparecer cada vez que alguien olvida que el poder es responsabilidad, no privilegio.

¿Está muerto el PRI? Tal vez como partido, sí: se achicó, perdió fuerza y dejó de ser el gigante que dominaba todo. Pero el priismo —esa manera torcida de hacer política— sigue vivo, y ahí está el verdadero enemigo a vencer.

Porque si no arrancamos de raíz esas prácticas, corremos el riesgo de repetir los mismos vicios con distintos nombres. Y la transformación de México no se mide en colores, sino en la capacidad de construir instituciones honestas, gobiernos que rindan cuentas y una ciudadanía vigilante que no tolere trampas.

En pocas palabras: la tarea no es enterrar al PRI como partido, sino enterrar al priismo como cultura política. Solo así podremos moralizar la vida pública, sanear la política y avanzar hacia una verdadera democracia donde el poder se use para el bien común y no para los intereses de unos cuantos.

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