Valentina Jaén Gaspar, bordadora de identidad

Elabora trajes de ixtle con alma hidalguense

Desde la comunidad de González Ortega, en el municipio de Santiago de Anaya, Valentina Jaén Gaspar ha tejido durante décadas una historia que entrelaza arte, tradición e identidad. A sus 63 años, esta creadora y docente jubilada ha dedicado su vida a preservar y resignificar el traje tradicional elaborado con ixtle, inspirado en las raíces culturales de Hidalgo.

“Empecé como a los 15 años”, recuerda Valentina. Su camino en el mundo del arte textil comenzó con la danza folclórica: fue parte del Ballet de Bellas Artes en Hidalgo y del grupo nacional de investigación de danza mexicana. Fue entonces cuando comprendió la importancia del vestuario en la representación cultural. “Dije: ‘Voy a hacer algo representativo de mi estado’”, cuenta. Así, con ayuda de su madre, confeccionó su primer traje de ixtle. Desde entonces, no ha parado de diseñar, bordar y transformar las fibras del maguey en vestidos únicos con una narrativa propia.

Cada prenda que crea parte de una profunda investigación de la flora y fauna local, que plasma en los diseños. “No es porque se me ocurra; cada estado tiene su vegetación y su fauna”, señala. Su trabajo más emblemático está inspirado en la diosa maya del maguey, pero también elabora piezas para reinas de ferias y pasarelas regionales, y ha logrado exponer su obra en escenarios nacionales.

Aunque domina todo el proceso desde el tallado, lavado e hilado del ixtle, el tiempo no le permite hacerlo sola. Por ello, a veces compra el material ya procesado, pero los diseños siguen siendo propios. “El hilado lo hago a veces caminando o en reuniones, luego diseño en otro momento”, dice. Algunas piezas llevan aplicaciones, pero enfrentan el reto técnico de evitar que se despinten, pues el ixtle no es compatible con climas húmedos, lo que limita su comercialización nacional.

La confección de un traje completo puede incluir blusa, sobrefalda, flores y rebozo. Su precio varía según la complejidad y los materiales, pero un conjunto puede costar entre 6 mil y 8 mil pesos. Algunos llegan a venderse hasta en 15 mil. “Acabo de entregar uno en la Ciudad de México; fue mi traje de novia hace años”, cuenta con orgullo.

Valentina no solo es artesana: es hñähñu, docente jubilada en artes y promotora cultural. Su conocimiento de la lengua y del entorno ha nutrido su creatividad. “Mi mayor satisfacción es ver una pieza mía en la Ciudad de México, en culturas populares. Es un sueño cumplido”, afirma. Por eso, organizará una pasarela en su comunidad con más de 20 trajes diseñados por ella.

Su legado también está sembrado en su familia. De sus tres hijos, una hija estudió diseño de moda y aunque tomó otro rumbo profesional, conoce las técnicas y las aplica en sus propios proyectos textiles. “Los otros no lo ejercen, pero saben. No todos lo aman como yo, pero ahí está”, señala.

Más allá de la estética, Valentina ve en la artesanía una forma de vida conectada con la tierra. “Tenemos que aprender desde la siembra, amar la naturaleza, tener contacto y amor por lo que hacemos. Lo demás viene por añadidura”. Aunque cuenta con una pensión, su trabajo artesanal le ha permitido emplear ocasionalmente a dos o tres personas, contribuyendo a la economía local y al fortalecimiento de una cadena cultural que se niega a desaparecer.

Desde su taller en González Ortega, Valentina Jaén borda con hilos de ixtle una historia que cruza generaciones y territorios. Su obra es un testimonio vivo de que la artesanía no es solo trabajo manual, sino un acto de memoria, orgullo y resistencia.

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Valentina Jaén Gaspar, bordadora de identidad

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