En su primer libro: “The White Tiger”, Aravind Adiga escribió: “Iqbal, ese gran poeta, tenía toda la razón. En el momento en que reconoces la belleza de este mundo, dejas de ser esclavo”, creo en ello y en todo lo que puede ayudar en la vida cotidiana.
Sin embargo, tendríamos que preguntarnos, qué es bello para nosotros, y eso es algo que tendría igual o más caminos que los que existen en el pensamiento contemporáneo. Porque el concepto de la belleza como un principio filosófico varía según el pensador, pero en general se relaciona con la idea de una realidad trascendente, la armonía, la verdad, el bien, y una cualidad inherente a las cosas que genera un placer y un gozo en quien la percibe. Para filósofos como Platón, la belleza es una Idea de la que participan las cosas sensibles, mientras que para otros es una cualidad objetiva de las cosas o una percepción subjetiva asociada a la mente del observador.
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Rubén Ávila escribió que “para los estoicos belleza moral y bien eran la misma cosa. Y virtud y sabiduría casi que también, así que llegaron a decir que el sabio siempre era bello, aunque fuera repugnante. Lo es porque es bello moralmente, así que poco importará cómo sea físicamente. Serán, como decía Epicteto, la mente y la voluntad lo que harán a una persona bella, y no su cabello o sus ojos. De hecho, para los estoicos la belleza física resultaba en ocasiones hasta perjudicial, no así la moral, dependiendo del uso que se hiciera de ella. De la otra, la moral, la espiritual, nunca se pude hacer un mal uso, por supuesto.
Precisamente esta distinción es la que permitirá a los moralistas estoicos tener en mayor estima a la belleza que el hedonista Epicuro y sus seguidores, ya que aquellos al hablar de belleza se referían principalmente a la moral, la cual les resultaba francamente agradable”.
Para Nietzsche, la belleza no es una cualidad objetiva del mundo, sino una creación subjetiva y humana que surge de la voluntad de la vida y de la voluntad de poder, y que tiene la función de darle sentido y valor a la existencia al contrarrestar la pesadez y la falsedad del pensamiento racional y la moralidad que niegan la vida. El arte, como manifestación de esta belleza, es fundamental para la afirmación y la intensificación de la vida.
En el caso de Kant, la belleza es una experiencia subjetiva basada en un placer desinteresado que surge de la contemplación de la forma de un objeto, sin necesidad de conceptos previos o fines prácticos. Aunque es un sentimiento personal, Kant argumenta que este juicio estético tiene pretensiones de universalidad, pues se basa en la armonía del juego libre entre la imaginación y el entendimiento, facultades que todos los seres humanos comparten.
Por su parte, Lao Tse creía que la belleza es relativa y dual, surgiendo y desapareciendo junto con su opuesto, la fealdad, como se expresa en el Tao Te Ching. La verdadera belleza para el sabio está en la simplicidad, la espontaneidad y la conexión con la naturaleza y el Tao, y no en las apariencias convencionales o en la búsqueda del reconocimiento. El sabio comprende que, al igual que el bien y el mal, la belleza y la fealdad son conceptos interdependientes que surgen de la mente del observador.
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