- Por: Dino Madrid
Llegamos a la mitad del camino del gobierno de Hidalgo y, por primera vez en nuestra historia reciente, el panorama político se lee en clave distinta. Durante décadas, el estado fue gobernado bajo el manual y las mañas del priismo tradicional: control férreo, clientelas eternas y un poder que se heredaba como si fuera un título nobiliario. Hoy, la brújula marca otro rumbo y la agenda política ya no la dictan las inercias del pasado, sino el proyecto de transformación que encabeza el gobernador Julio Menchaca, uno de los cinco mandatarios mejor evaluados del país.
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No es casualidad. Hidalgo vive un momento inédito: la política dejó de ser solo retórica y comenzó a materializarse en obras, programas y políticas públicas que transforman la vida de la gente. En tres años, se han encendido indicadores que antes permanecían apagados: la pobreza y la desigualdad comienzan a retroceder, y los beneficios de la inversión pública empiezan a sentirse desde las comunidades más alejadas hasta los corredores industriales. No es magia: es voluntad política puesta al servicio del pueblo.
Los hechos hablan por sí solos: una reducción del 29% en la deuda estatal, lo que refleja un manejo responsable de los recursos; la mejora en la calificación crediticia que coloca a Hidalgo entre los cinco estados mejor evaluados en el país; la lucha frontal contra la corrupción que llevó a denunciar a 92 exfuncionarios, incluidos 10 exalcaldes, y permitió recuperar más de 475 millones de pesos desviados en la llamada estafa siniestra. A ello se suman más de 4,900 Comités Ciudadanos de Contraloría Social, con 22 mil integrantes vigilando la obra pública y los programas sociales, y un moderno Laboratorio de Control de Calidad certificado internacionalmente, que asegura que cada peso invertido en infraestructura se traduzca en resultados palpables. El nuevo Complejo Anticorrupción y de Buen Gobierno resume este cambio de era: transparencia, eficiencia y fin de privilegios.
Y aquí es donde la sintonía con el gobierno de México, encabezado por la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, hace toda la diferencia. En Hidalgo ya se aterrizan proyectos estratégicos de escala nacional: polos de desarrollo que apuntalan la economía, el Tren México–Pachuca que integrará como nunca nuestra región al centro del país, obras hídricas históricas que transformarán el riego y la disponibilidad de agua, inversión sin precedentes en carreteras y caminos, y un fortalecimiento de la infraestructura hidráulica que atiende una deuda social de décadas. Son proyectos que no se quedan en promesas: ya están en marcha y dibujan el futuro inmediato.
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Claro, no todo está resuelto. Retos hay, y no pocos: garantizar que el crecimiento se traduzca en bienestar para todos, blindar los avances frente a los intentos de restaurar el viejo régimen y profundizar la participación ciudadana para que la transformación no sea solo obra de un gobierno, sino de todo un pueblo. Y conviene decirlo sin rodeos: muchos de esos intentos vienen de reductos que se niegan a desaparecer, herederos de la vieja política tradicional que aún sobreviven en el entramado burocrático y gubernamental de nuestro estado. La resistencia al cambio no siempre está en la oposición visible, aunque hoy completamente desdibujada, sino en esas viejas raíces que intentan frenar el paso de un árbol que crece fuerte y nuevo.
Quienes simpatizamos y militamos en la Cuarta Transformación sabemos que este momento no es casualidad: es el resultado de décadas de lucha, de resistir, de sembrar esperanza. Hoy, a la mitad del camino, podemos decir con orgullo que Hidalgo pisa firme en la ruta de la transformación y que el gobierno de Julio Menchaca no solo ha cumplido, sino que ha demostrado que en política, cuando hay convicción, la historia puede escribirse de nuevo y para bien.
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MHO
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