Enrique Rivas columna Vozquetinta

Entresijos del indigenismo

En cierto congreso académico celebrado en San Cristóbal de Las Casas, Chis., escuché una estupenda definición irónica del concepto familia indígena: “el núcleo humano integrado por una abuela, dos padres, una pipiolera de hijos… y un pasante extranjero de Antropología”. Sin embargo, dado que aquella definición me pareció incompleta, osé decir en voz alta que le faltaba un elemento de cierre: la tesis de aquel estudiante entenado, seguramente un tabique acerca de ‘la cosmogonía mesoamericana en la cosmovisión de una familia patrilineal en un pueblo marginado de las culturas originarias del México profundo’, u otro galimatías peor de verborreico… (Ya se imaginarán cómo me fue entonces por blasfemar así de la fraseología antropológica de moda.)

Habría mucha tela de donde cortar a propósito del 9 de agosto, Día Internacional de los Pueblos Indígenas. De entrada, resulta una fecha ad hoc para que la casta gobernante se disfrace con ropas “típicas” y asista al acto donde el mandamás ladino en turno, también con vestimenta “nativa”, recibe el bastón de mando que le otorga un dizque consejo de ancianos (consejo que no pocas veces es hechizo, inventado para la ocasión). ¡Ya quisiera uno, después de que soltaron en la ceremonia política sus rollos de supuesto igualitarismo, ver sudar por horas enteras a esos mismos funcionarios en una candente, ríspida y monolingüe asamblea indígena, ésta sí auténtica, donde todos los problemas comunitarios se resuelven al conjuro de la ley de usos y costumbres!

El mentado Día, como tantos otros del calendario celebratorio nacional o mundial, suele ser pretexto temático para un reportaje o columna de opinión en los medios. Cifras y estadísticas van y vienen en ellos, en loca carrera cuantofrénica. También han de ofrecerse testimonios de una o dos voces indígenas (aunque jamás en su lengua materna, comenzando porque el reportero o el columnista no sabría cómo trascribir al papel los signos ortográficos propios de ella). Acaso no falte la declaración indigenista de la diputada o el senador equis del partido oficial, o el anuncio del enésimo plan por parte del gobierno en áreas de pobreza extrema. Quizá convenga dar al artículo la pincelada protestosa de quien lo escribe, para que nadie piense que es racista o clasista. Por último, recurrir al cliché, la muletilla, el caballito de batalla, léase: a la susodicha cosmovisión, como hilo conductor de la nota (¡todo quieren explicarlo con esta palabreja ambigua, pero, eso sí, apantallante!).

En menudo lío me metería si me obligaran a dar un discurso oficioso con motivo del Día Internacional de los Pueblos Indígenas. Tendría que atiborrarlo de vaguedades, ripios y frases de cajón, y eso sería traicionar las enseñanzas de Ética que he recibido durante mis vivencias en muchos de tales pueblos.


Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *