Me gustaría hacer referencia a la explicación y descripción que Antoni Aguiló hace sobre el “célebre cuadro de Peter Brueghel titulado “La caída de Ícaro (1558)” que habla de la indiferencia ante el sufrimiento ajeno. Desde la perspectiva de lo alto de una bahía, se ve un paisaje apacible y soleado en el que los protagonistas desempeñan sus labores diarias: el labrador ara el campo, el pastor cuida del rebaño y el pescador pesca. En un tercer plano puede verse el mar con algunos islotes en los que navegan algunos barcos.
Mientras tanto, en medio de la calma y la indiferencia generalizada, el joven Ícaro se ahoga mar adentro sin que nadie haga absolutamente nada por evitarlo: el labrador, impasible, continúa con el arado, el pastor le da la espalda y contempla el cielo y el pescador sigue lanzando su red. Cada uno a lo suyo. Nada ni nadie es alterado por la trágica muerte; la vida sigue su curso, imperturbable.
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Lo interesante del cuadro, técnicamente hablando, es que Brueghel sitúa la muerte de Ícaro en un rincón, de manera que esta pasa casi desapercibida. ¿Por qué Brueghel adoptó una perspectiva espacial tan descentrada respecto a la caída de Ícaro? Tal vez, más que en la mitología clásica, al pintor renacentista le interesaba fijar la atención sobre una condición humana distraída, indiferente y apática. Sea como sea, la imagen de Ícaro pereciendo en la costa de Grecia no es ni más ni menos que la imagen de un ser humano ahogado en un mar de indiferencia”.
La descripción de Aguiló sirve como parábola de aquello que en la humanidad nos ha llevado a la sociedad del odio, condición que definida a una sociedad donde prevalecen el odio, la hostilidad y la discriminación hacia ciertos grupos o individuos, a menudo basados en características como raza, religión, orientación sexual, etcétera. Esta noción implica un clima social donde la intolerancia y la aversión son comunes y pueden manifestarse en diversas formas, desde el discurso de odio hasta la violencia física.
Algunos filósofos se han cuestionado si el odio es una emoción natural o si es una construcción social que puede y debe ser superada. Se ha argumentado que el odio es una manifestación de la falta de razón universal y un indicio de una sociedad aún no reconciliada.
El odio se entiende como una emoción intensa de rechazo, desprecio o miedo hacia un objeto, persona o grupo. Puede surgir de la ignorancia, la falta de empatía, el miedo o la incomprensión. Se diferencia de la ira en que el odio tiende a ser más duradero y sordo, mientras que la ira es más explosiva y efímera.
Pensemos en los hechos más recientes a nuestro alrededor, donde es común comentar en el día a día los casos de riñas consecuencia del tráfico vehicular, la manera en que se hacen viral las historias de odio de personas que injurian, calumnian, provocan y maltratan a otras personas; la forma en que los golpes, los insultos y la violencia alteran la realidad. Es innegable que la sociedad del odio es un problema grave que requiere una respuesta integral. Es fundamental que todos trabajemos juntos para construir una sociedad más justa, equitativa y tolerante, donde el odio y la discriminación no tengan cabida.
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