En México, la política se ha convertido —cada vez más— en un juego de percepciones. Y en ese tablero, las encuestas son las piezas que muchos gobernantes utilizan para legitimar decisiones, presumir aceptación o, en el peor de los casos, para engañarse a sí mismos.
El problema no es el instrumento, sino su manipulación. Hoy día proliferan las casas encuestadoras sin rigor, sin metodología clara y, sobre todo, sin ética. Basta revisar los números que publican durante los procesos electorales: la mayoría da por ganadores, por amplios márgenes, a todos sus clientes. Sin pudor ni verificación. Luego llega el día de la elección… y la realidad los desmiente.
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Si se levantara hoy una encuesta seria —una de verdad, sin maquillajes ni sesgos— en los gobiernos estatales y municipales, más de un mandatario vería desplomarse su nivel de aprobación en 20 o 30 puntos. ¿La causa? Rodearse de aduladores, despreciar el conocimiento técnico, y gobernar desde el espejo, no desde la calle.
Lo más grave es que, al confiar ciegamente en esas encuestas a modo, se diseñan políticas públicas con base en datos falsos. Así se destinan recursos donde no se necesitan, se presumen programas sociales que no funcionan y se ignoran crisis reales que no aparecen en las cifras manipuladas. Gobernar con encuestas falsas no solo es una estrategia errada: es una irresponsabilidad.
Una encuesta bien hecha no sirve para presumir, sino para corregir. Debería ser una brújula, no una medalla. Las verdaderas mediciones permiten identificar áreas urgentes de mejora, reformar canales de comunicación con la ciudadanía y enfocar el trabajo en lo que de verdad importa. Lo demás es vanidad disfrazada de estrategia.
La 4T debe tomar nota. Frente a los embates del trumpismo, los señalamientos del Departamento del Tesoro y una oposición minúscula pero ruidosa, no basta con controlar la narrativa en redes o con discursos bien editados. Se necesita una estrategia de contacto real, de construcción de percepción desde abajo: casa por casa, teléfono por teléfono, volante por volante.
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Gobernar con encuestas es útil, pero solo si esas encuestas son reales. De lo contrario, se corre el riesgo de construir un castillo de papel… y que el primer viento electoral lo derrumbe. La verdadera percepción ciudadana se construye caminando, no desde la oficina. Y si se quiere llegar al final del sexenio con resultados sólidos y con respaldo genuino, toca volver al método más viejo y más efectivo: escuchar.
mho

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