«Ser co-creador biológico de hijos no da el derecho natural de llamarse padre. Este es un título moral de muy riesgosa obtención y los vástagos sinodales suelen pecar de exigentes. Si uno reprueba el examen, si los argumentos y defensas que esgrime no los aceptan, si la tesis hecha con tanto cuidado no les merece una segunda lectura menos destructora, queda uno en calidad eterna de pasante, sin alternativa de ejercer a plenitud su frustrada licenciatura en paternidad. Entonces ya ni seguir soñando en tener alguna vez los créditos suficientes para una maestría (¡y qué dolor es ver incumplida la meta de no ser nombrado “maestro” por los propios hijos!).»
«Un padre profesional tiene licencia para servir de modelo. Sugiere rumbos, canaliza derroteros, levanta caídos, vierte experiencias propias. Se le reconoce su oficio y aun se le solapan equivocaciones u ocultan deslices, sin necesidad de tribunal alguno. Todo ello como parte de sus roles sancionados por la costumbre y la normatividad de valores imperantes. Si ha de orientar vidas, cuanto haga se le aplaude, cuanto no haga se le disculpa o justifica. Es una profesión, a fin de cuentas, cuyo único mercado laboral no rebasa a su propia familia, responsable misma de haberle dado empleo paternal.»
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«Hay casos, empero, de padre desempleado o subempleado como guía espiritual de su descendencia. Los hijos lo desconocen o le imponen una amarga distancia, previo juicio casi siempre sumario. Y la razón suele ser el divorcio entre él y la madre, sobre todo si ésta aprovechó la circunstancia para canalizar en ellos su amargura por el “fracaso” matrimonial. El menor de los adjetivos recibido entonces es el de progenitor egoísta, buscador de su beneficio único, sujeto desobligado de sus deberes con la institución que él voluntariamente formó. Por desgracia, la proliferación de ejemplos así no hace válida la generalización indiscriminada de padre divorciado como sinónimo de desaprensivo.»
«Ser madre es un arte laureado, y la inmensa mayoría pasa por grandes artistas. Ser padre es también un arte, pero con menor margen de reconocimiento, un arte acaso más complejo porque implica nadar a contracorriente de estereotipos. El cliché de la madre abnegada, cariñosa, dulce, pura, se enfrenta al del padre inexpresivo, mandón, frío, inaccesible. Vencer este último cartabón le resulta a veces contraproducente: su espejismo de ser incólume, sin el “pecado” de romper el círculo conyugal ni aun por salud hacia la pareja y los hijos, puede llevarlo al ostracismo. Fácil es condenar; difícil es tolerar o, al menos, conllevar.»
«Los días impuestos en honor de la madre, el niño, el compadre, etc., nunca han sido, por decirlo con un eufemismo, santos de mi devoción. Pero aproveché que hoy, tercer domingo de junio, la publicidad nos coacciona a festejar a la parte masculina de la procreación, para reflexionar sobre la ardua, no siempre exenta de espinas, relación entre un padre y sus retoños. Ni remotamente quiero celebrarme ahora. Anhelo, al contrario, servir, manifestarles una vocación de servicio permanente hacia sus inquietudes. Son ellos quienes le dan o no trascendencia al acto de llamarse uno padre.»
[NOTA BENE: Para que no se diga que me autofusilé, puse los párrafos anteriores entre comillas porque son cita textual de un artículo periodístico mío publicado en el 2001. Simple pretexto para exhumar un polvoso documento histórico.]

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