Existe una importante cantidad de escritores que han explicado que a la hora de enfrentar la creación de una novela es mucho más importante el cómo de lo que se cuenta, por encima de lo que se cuenta. También se dice que existe un número limitado de planteamientos dramáticos, por lo que resulta esencial encontrar el tono de lo que se va a contar más allá de la temática misma.
Pienso en ello a propósito de El baile de los que sobran, la nueva novela del autor poblano Ricardo Cartas, y que se presentará el próximo sábado 7 a las 11 de la mañana como parte de la FENALI, que organiza la BUAP. Conocedor de la provincia profunda y poseedor de una importante formación como investigador y académico, utiliza todos sus recursos para plasmar el día a día en el ínfimo y rascuache pueblito llamado Pueblo Prieto, un sitio dejado de la mano de Dios hasta que es atravesado por ductos que distribuyen gasolina.
Con eso de que el drama ofrece una baraja corta, bien podríamos decir que se trata de una historia de amor juvenil, antes que una obra de corte sociológico, los protagonistas son dos jovenzuelos que comienzan un idilio -el chico, Pablo, hijo de un trailero viudo; la chica, Sandy, es una bonita del pueblo a la que le desaparecen al padre-.
El baile de los que sobran nos engaña a la hora de hacerse pasar por una novela de corte costumbrista y nos sorprende al momento en que nos damos cuenta de que la narración es llevada a cabo por una gallina y una rata. Se trata de un sorprendente giro estilístico que acerca a Ricardo Cartas a las prácticas narrativas de Haruki Murakami -un escritor atrevido y sobrado de recursos-, aunque por la manera de nombrar a los personajes -Juan Cumbia, Beto Sandía, Javier Tripa, Amanda Trucha- también nos hacer recordar a Gabriel García Marquez.
Es importante mencionar de esta novela -coeditada entre Gato Blanco y la BUAP- que nos entrega la poderosísima imagen de un Santo Niño Huachicolero… hasta la misma iglesia ha tenido que adaptar su panteón místico a una figura creada por el verdadero poder fáctico, el crimen organizado, que deja a las autoridades políticas y al clero como meros cómplices de menor rango.
Todo en la vida de Pueblo Prieto es controlado por “la maña”, por los malos… ellos lo saben todo, mueven todo y deciden quien sigue en su casa o quien desaparece. A los chicos no les queda sino convertirse en halcones o bien en un futbolista a su servicio -como en el caso de Pablo, el protagonista-.
Cartas tiene la gracia para darle gran fluidez e intriga a una historia que se potencia con la llegada de un nuevo profesor, quien produce un cisma con la directora de la escuela, el presidente municipal (borracho siempre) y el jefe de plaza, llamado “El tacita”, por tener una sola oreja. Es entonces cuando El baile de los que sobran cobra el matiz de un thriller, un agregado importante.
De alguna manera podríamos darle vuelta a la idea de un “realismo mágico huachicolero”, pero otro hallazgo es que podríamos decir que se trata de una historia de amor, cumbias y Mazinger Z. Su escritura requirió de una gran habilidad y lucidez para combinar los elementos y terminar ante el vértigo de un posible escape de aquel pequeño infierno con la idea de participar en un concurso de robótica que les cambie el destino.
Antes, tendrían que superar el reto de un partido de futbol contra el equipo del pueblo vecino y enemigo, pero una vez más queda en claro que todo pasa -éxitos y fracaso incluidos- por lo que designan los distintos bandos del crimen organizado.
Nos encontramos pues ante un escritor en progresión total… estudioso puntual de la gente de ese México bronco que se ve forzada a ser parte de un sistema delictivo como forma de vida.
Si atendemos al título, se espera que haya esperanza para que bailen cumbias de Campeche Show aquellos que sobren, que sobrevivan… pero lo malo es que cada vez son menos… todo indica que la suerte está echada y ni Mazinger Z puede venir a salvarnos.
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