Mil páginas, quizá un poco menos, pero con posibilidad, en caso de que, a ustedes, señores editores, les guste mi estilo, de escribirles muchísimas más en una semana, máximo dos. O bien, si me piden cambiar en su totalidad el texto, no hay problema; lo reescribiré durante los ratos libres que me deja el periódico donde chambeo. La obra, denlo por descontado, los haría millonarios de la noche a la mañana. Ah, y por los derechos ni se preocupen: son suyos. Yo solamente quiero ser un exitoso escribidor de tabiques impresos, un folletinista a destajo, un Paperback writer como me describió Paul McCartney en una muy riffeada y coreada rolita beatle de 1966.
¿Que mi novela es vil basura, dirán algunos intelectualoides traumados, esos exquisitos de contentillo sempiterno? ¿Qué es pura paja o borra para rellenar con palabrería de moda un mamotreto más, igual a tantos otros acumulados en las bodegas de las editoriales? Pues allá ellos, criticones envidiosos, y su complejo de superioridad. A mí me basta con que el día de la presentación del libraco se vendan unos cuantos ejemplares y que el público asistente, así sean únicamente dos o tres acarreados al acto, me pida que se los autografíe. Digo, uno tiene derecho también a quince minutos eventuales de egolatría, ¿o no?
Confío, señores editores, en que no faltará un reportero que me entreviste o un reseñista que pergeñe mi libro en los periódicos. Sin lugar a dudas, me preguntará el entrevistador qué tanto de autobiográfico hay en la novela y le responderé que no, que todo es ficción, aunque en el fondo sólo mi sicólogo de cabecera y yo sepamos que el protagonista Fulano es en parte mi alter ego y que la heroína Mengana viene a ser mi trasunto femenino. O quien lo reseñe escribirá que mi trabajo ‘reflexiona sobre la realidad cotidiana’, ‘explora el fondo del alma’, ‘cuestiona las normas y valores imperantes’, ‘se rebela contra los cánones sociales’, etc. Ya saben ustedes cuántas rimbombancias por el estilo acostumbra incensar la crítica literaria, cuantimás la mafiosa.
Sí, la novelomanía, la obsesión por publicar novelas, extiende sus poderosos tentáculos en el ámbito editorial. Acerca de cualquier asunto. Densas o ligeras. Más o menos llevaderas o, de plano, infumables. La mayoría son momentáneas, efímeras, intrascendentes. Varias de ellas mal construidas, incongruentes en su trama, sin ritmo ni fluidez descriptiva. Algunas incluso tienen faltotas de ortografía o su redacción está reñida con la sintaxis. En una palabra: sin dominio del oficio escritural.
Disculpen ustedes el exabrupto, colegas libreros. O tómenlo como otra más de mis locuras. Pero lo novelero, qué caray, nadie me lo quita.
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