Adogma
Reconocer que ejerzo violencia de género es un paso importante para detenerla. Si niego mis conductas machistas es muy difícil iniciar un proceso individual para cambiarlas, y más difícil hacerlo colectivamente.
Alice Miller, psicóloga polaca, en su libro “El cuerpo nunca miente”, señala que las personas necesitamos reconocer aquellas huellas emocionales de nuestra infancia para integrarlas a la vida adulta racional. Sigmund Freud constató la necesidad de revisar la infancia de las personas para desentrañar neurosis en la vida adulta.
A partir mi participación en grupos de reflexión con hombres que ejercen violencia de género, descubro que soy responsable de mis decisiones y conductas frente a cuatro identidades: la mía propia, frente a mi pareja y las mujeres, frente a mi familia y frente al colectivo.
Frente a mí mismo ha implicado preguntarme ¿quién soy y qué quiero? Si aprendí de niño, igual que muchos, a crearme una identidad desde lo material y los roles sociales, mis expectativas estarán medidas desde ahí. Es decir: soy hombre (no mujer), me visto de azul (no de rosa); soy mi trabajo, soy lo que gano, soy mi puesto laboral, la casa que habito, el coche que conduzco, etcétera.
Este primer ejercicio de auto observación me produjo desencuentros personales. Frente al espejo reconozco que no soy el color que visto, ni ese coche, ni mi casa, ni mi trabajo, ni el salario que gano. Y asumirlo representa un duelo individual sobre mi identidad asumida. ¿Entonces quién soy?
¿Cómo ser auténtico conmigo mismo y las demás personas? Esa primera mirada conlleva el riesgo de descubrirme como lo que no quiero ser. Es decir, yo puedo asumirme como un hombre “no violento” y descubrir que sí he ejercido violencia hacia mi pareja, pero entonces lo niego o me escondo.
Otra actitud fue victimizarme para justificar mi propia violencia; por ejemplo, decir que padecí violencia de niño. Situación que implica trabajo personal para reconocer de adulto situaciones violentas en la infancia y sanar esas grietas emocionales.
El siguiente momento ha sido la confrontación personal, negando mi machismo con argumentos y supuestas evidencias para reivindicarme como un hombre no violento.
Una metodología profesional para la reflexión colectiva sobre la violencia machista puede contribuir al trabajo individual y volverlo consistente. Es decir, reconocer personalmente mis huellas de la infancia; identificar mis intereses profesionales, de vida, salud, alimentación y cuidados, para integrar a mi vida adulta valoraciones no distorsionadas de ser una persona con cuerpo de hombre.
No es una reflexión filosófica, aunque puede hacer desde ese punto de vista, sino un ejercicio en donde nos descubrimos como seres capaces, creadores, inteligentes y deseantes de vivir la vida y que podemos hacerlo sin violencia.
Reconocer el machismo en lo individual es un primer paso para detenerlo. Pensar colectivamente sobre esta violencia, con fundamentos y metodologías profesionales, es una alternativa para vivir una vida sin violencia de género.
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