Al firmar este viernes en Minsk, capital bielorrusa, un tratado de garantías de seguridad entre Rusia y Bielorrusia, el titular del Kremlin, Vladimir Putin, prometió satisfacer –“es posible, a mediados de 2025, dependiendo de cómo esté yendo la producción en serie”, son sus palabras textuales– la petición de su anfitrión, Aleksandr Lukashenko, de instalar en el territorio del vecino país eslavo hipersónicos misiles balísticos de nueva generación Oreshnik (Avellano).
“Su respuesta me deja tranquilo. A mediados de 2025 (tendremos esos misiles). Abusando de nuestra amistad quiero decirles que si quieren conseguir algo de Putin sólo tienen que lograr que lo prometa en público”, bromeó Lukashenko.
Este tipo de misiles, de igual clase que el lanzado por Rusia en fase experimental (sin las diez pruebas consecutivas y exitosas de rigor requeridas, según los manuales que se estudiaban en las academias castrenses en la época soviética) contra un consorcio de la industria militar en la ciudad ucrania de Dnipró el 21 de noviembre anterior en respuesta al ataque contra las regiones rusas de Briansk y Kursk con armas de largo alcance (hasta 300 kilómetros) con cohetes Atacms estadunidenses y Storm Shadow británicos, y su variante francesa Scalp, puede llevar hasta seis ojivas nucleares.
En este sentido, analistas militares no entienden qué necesidad tiene Bielorrusia de tener en su territorio ese tipo de armamento, en teoría de orden atómico, cuando ya autorizó instalar en su suelo sistemas de misiles rusos Iskander-M, que también pueden llevar cargas nucleares.
Y si fue Moscú el que insistió en que Minsk tenga esos misiles, que por otro lado los bielorrusos no podrán manejar a su antojo, dejando que los militares rusos decidan cuándo y dónde aplicar esas armas, tampoco ven mucho sentido estratégico en instalarlos ahí, por cuanto el enclave ruso de Kaliningrado, la antigua capital prusiana de Königsberg, está mucho más cerca de potenciales blancos de la alianza noratlántica que Bielorrusia.
Tomando en cuenta que el mandatario ruso subrayó que todavía habrá qué definir el rango de acción de esos misiles en función de las necesidades de seguridad de Bielorrusia –no hay que ser experto para entender que a mayor cercanía del blanco mayor carga explosiva es posible–, la petición de Lukashenko a Putin parece la enésima advertencia de Moscú a los vecinos de Minsk, que conforman el flanco sur de la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte), esto es, los países del Báltico, Polonia y Rumania, en primer término.
Putin, por lo mismo, ofreció que Rusia está dispuesta a defender a Bielorrusia con “todos las fuerzas y recursos de que dispone, incluidos las armas nucleares tácticas (misiles Iskander-M), desplegadas en su territorio a petición del mandatario bielorruso”.
El tratado suscrito por Putin y Lukashenko, que autoriza el uso de armas nucleares en caso de una agresión foránea que ponga en entredicho la soberanía de uno de los dos o de ambos, estipula sus obligaciones en materia de defensa de su independencia, integridad territorial y orden constitucional.
Además, asegura la inviolabilidad de las fronteras de la suerte de Unión de Estados –estructura supranacional que no termina de configurar una Confederación–, creada hace 25 años por el mismo Lukashenko y el anterior presidente ruso, Boris Yeltsin.
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