Hoy no escucharé Son…idos de la Huasteca ni leeré Vozquetinta en mi cotidianidad casera semanal. Me refiero a ese rito que ejerzo cada domingo a las 11:30 de la mañana, sentado en una silla del comedor de mi hogar y con una taza de café en la mano. Ese culto ceremonial que cumplo, primero para oír la trasmisión al aire del programa que grabé el miércoles previo en Radio Educación; y después, para poner los ojos en la columna que envié el sábado por la tarde a La Jornada Hidalgo. Esa misa inicial que oficio con la voz y, en seguida, esa segunda misa que celebro con la tinta.
Hoy el protocolo será distinto. Lo haré (señal de internet mediante) desde mi teléfono celular en un autobús de pasajeros, porque vendré de regreso de un viaje de tres intensos días a la Huasteca, con todo lo que eso implica de ritualidad para el ombligo que ahí tengo enterrado. Traeré frescos en la memoria los huapangos que me hicieron vibrar antier viernes y ayer sábado, y extenderé su disfrute con los que dejé incluidos en el programa. Y dejaré constancia que ese trío de jornadas me motivó a escribir esta colaboración periodística que estoy leyendo ahora mismo, mientras desfilan por la ventanilla los entrañables paisajes de mi querencia.
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Estaré regresando de Amatlán, la antigua cabecera del municipio de Naranjos, Ver. Año tras año acudo al encuentro de cultura huasteca que celebra por estas fechas novembrinas el pequeño pueblo amateco. Un festín de colores, de sabores, de olores. Un concierto inacabable de violines, huapangueras, jaranas, verserías, falsetes, contrapuntos. Un derroche de abrazos efusivos, de manos saludadoras, de hermandades a toda prueba. Una festividad continua de emociones, de historias, de vivencias que enchinan la piel, que arraigan, que fortalecen el espíritu. Una continuidad de memorias, de recuerdos, de homenajes a quienes ya no están aquí en lo físico, pero nos alientan desde otros cosmos a seguir celebrando la vida.
Todo ello lo asimilaré hoy durante el retorno. Me dejará, sin duda, nueva voz, nuevos ecos, nuevo canto vital. Me surtirá de nueva tinta, de nuevas palabras llevadas al papel, de nueva literatura impresa. Reforzará mi huastequidad, mi mexicanidad, mi universalidad. Y yo le prometeré una sonrisa de gratitud a fin de ganarme el boleto a la próxima vuelta anual. ¡Buen camino, Amatlán del Sol Poniente!
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