Nuevo tramo del tiempo nacional

El tiempo mexicano se mide en sexenios. La identificación de cada lapso se marca desde la presidencia de la república donde se le pone el ritmo y forma a las grandes y pequeñas decisiones según el estilo, la formación, visión e intereses del presidente. 

Esa es la clave del modelo constitucional presidencial, origen del “presidencialismo” sucesor de la etapa de los caudillos clausurada por el general Plutarco Elías Calles, ahora frecuentemente recordado, con la fundación del partido heredero del proyecto de la Revolución. 

El “señorpresidentismo” funcionó sin contrapesos legales durante el siglo XX, hasta 1997 cuando la Cámara de Diputados se conformó de una mayoría opositora, y con la alternancia transitó al XXI ya bajo otras condiciones producidas por la transición democrática, selladas por la alternancia votada en la elección de 2000. 

2018 fue una vuelta en U con el contrapeso más contundente en la Suprema Corte de Justicia. Su valoración ha iniciado y se advierte severamente crítica. Solo el análisis serio y riguroso arrojará un resultado objetivo. Luego vendrá el tamiz de la historia. En esas condiciones, a partir del primer minuto de mañana inicia un nuevo sexenio. 

Como ha sucedido en ocasiones similares, en esta se avisa un final con secuelas preocupantes, generadoras de un inicio complicado. 

Están a la vista las imprevistas: los desastres producidos por fenómenos naturales en una población altamente vulnerable urgida de soluciones inmediatas, situación sugerente de una presencia inmediata in situ de la nueva mandataria, en lugar de celebraciones innecesarias. 

Se tiene el complejo escenario del arranque, donde es más visible la ausencia de la autoridad del Estado en amplias zonas del país con las dramáticas consecuencias para la población. Sinaloa, Chiapas, Michoacán y Tamaulipas no admiten duda de la gravedad del conflicto. 

Otro elemento es la vigencia de la cauda de reformas constitucionales propuestas por el gobierno saliente, cuya aplicación requerirá las definiciones políticas del entrante, más allá del reiterado discurso coincidente de la próxima presidenta. 

Así, el siguiente sexenio empezará su ejercicio en el riesgoso filo – habrá quienes lo perciban ventaja –, de una ausencia de contrapesos formales para evitar decisiones erráticas; y la presencia de potentes factores emergentes de poder no necesariamente alineados a sus decisiones.   

En un tercer apartado están los mensajes adelantados sobre asuntos sensibles. Preocupante el desdén al tratamiento de los derechos humanos derivado de nuestra pertenencia al sistema interamericano, y el desacato a las suspensiones otorgadas por jueces federales a diversos aspectos de la reforma judicial, antes de impugnarlas jurídicamente. 

Otros: el conflicto con el Poder Judicial Federal por los efectos de la citada reforma, acrecentado por la arrogancia de la última palabra en sus transitorios, falta de canales de comunicación y el maltrato en respuesta a las inconformidades; y el futuro del caso Ayotzinapa ante el reclamo de madres y padres de los estudiantes desaparecidos.  

Al exterior, el diferendo con el gobierno español, anuncio de la futura diplomacia del nuestro, en desdoro de quien aún no es su ejecutante. 

Pero lo más importante desde la primera hora de mañana, es la responsabilidad histórica de la primera presidenta de la República Mexicana: confirmar, en el ejercicio del gobierno, la trascendencia y efectividad de las luchas feministas por alcanzarlo, colocada entre dos masculinidades, la sombra del pasado y el adelanto del futuro. Y, efectivamente, gobernar para todas y todos los mexicanos con sello propio. 

Éxito presidenta, gobierne mejor de como lo hicieron sus antecesores, el país lo necesita, lo merece.