La filósofa estadounidense Martha Nussbaum propone fomentar la empatía como competencia práctica que desafíe el narcisismo absoluto innato en las etapas infantiles.
Para la autora, es necesario desarrollar un sentimiento de interés genuino por los demás, no obstante, lograrlo requiere de ciertos requisitos: primero, el desarrollo de la competencia práctica para que las y los niños se valgan por sí mismo sin esclavizar a otros; segundo, la comprensión de la imposibilidad del control absoluto; tercero, el reconocimiento del mundo como un espacio habitado por otras personas con sus propias necesidades; y cuarto, al igual que gozar del juego de imaginar cómo es el mundo de las otras personas.
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En un notable artículo de Muy Interesante, Pedro Gargantilla escribe: “el vocablo empatía procede etimológicamente del griego empátheia, dolor intenso, que a su vez deriva de epathón, que significa sentir. Sabemos que ya fue utilizado en el siglo II de nuestra Era por el médico romano Claudio Galeno.
En el siglo XIX el filósofo Rudolf Hermann Lotza acuñó el término alemán Eihfühlungsvermögen que se podría traducir como la capacidad de empatizar, puesto que Einfühlung es la adaptación germánica de empatizar.
En la segunda mitad de ese mismo siglo la palabra “empatía” irrumpió con fuerza en tratados médicos y científicos, en donde se empleaban para referirse a la cualidad para identificarse con sentimientos ajenos. Si bien es cierto que no fue hasta 1909 cuando el psicólogo británico Edward B Tichener universalizó tanto su uso como su significado”.
Existe un grupo especializado de células cerebrales que son responsables por la compasión. Estas células permiten a los seres humanos reflejar emociones, compartir el dolor de otra persona, o su alegría o su temor. Debido a que se considera que los empáticos tienen neuronas espejo hiperresponsivas, resuenan profundamente con los sentimientos de otras personas. ¿Cómo pasa esto? Las neuronas espejo son detonadas por eventos externos.
Al respecto en el artículo antes mencionado, Gargantilla apunta sobre las neuronas espejo que, estas “intervienen en la compresión del comportamiento del resto de los individuos. De esta forma, si vemos que una persona está saltando, por ejemplo, no solo simulamos mentalmente su acción, sino que, además, nos imaginamos el motivo que la ha impulsado a hacerlo (deporte, coger un objeto que está en una estantería, estirar sus músculos…).
Pero la trascendencia de estas neuronas no termina ahí, si una persona está sufriendo nos contagiamos, literalmente, de su tragedia y de su dolor, se podría decir que “nos ponemos en sus zapatos”. Esto permite explicar por qué cuando vemos en el cine un drama podemos llegar a llorar, ya que nuestras neuronas espejo nos colocan en la piel de los protagonistas”.
Es decir, basados en la interpretación libre de estas aseveraciones, el ser humano, por su naturaleza está orientado a ser reflejo de otros seres humanos, en pensamiento y actitudes; por ello, quizá, sería prudente pensar en ello, vernos en el reflejo de otros y pensar, que a su vez, somos también la imagen en la que otros desean reflejarse. Somos con los otros al ser nosotros mismos.
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