No era Fulana si no era de Zutano

Antes se acostumbraba que cualquier esposa se presentara ella misma con su nombre de pila, su primer apellido y, como segundo, el del hombre con quien se casó, éste precedido a fuerzas de un “de”. No era, pues, simple y llanamente Fulana, sino Fulana de Zutano. Nadie osaba criticarla; al contrario: la condenaban si no añadía el otro apellido, atándoselo de por vida, a su auto nominación. El colmo era cuando fallecía el marido, pues la señora daba en llamarse, por iniciativa propia, y hasta firmaba de tal modo el acta de defunción de su esposo o suscribía la esquela que mandaba publicar en los periódicos, Fulana viuda de Zutano.

¡Esa exigente, absurda, inicua, esclavizante conjunción matrimonial “de”! Una doña como propiedad eterna de un don. Y pensar que, aparte de algo común, tanto hombres como mujeres consideraban que definirse así era también una esperada prueba de amor conyugal. Y de fidelidad, claro. O hasta que el divorcio o la muerte del “de” nos separe. A menos que se le ocurriera anunciarse como “Mi nombre es Fulana ex de Zutano, para servir a usted”.

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Sin embargo, cabe suponer que de ahora en adelante habrá de sonarnos normal quitarle el “de Domínguez” a Josefa Ortiz. Haremos lo mismo, seguramente, con el “de Juárez” a Margarita Maza, el “de Díaz” a Carmen Romero Rubio, el “de Madero” a Sara Pérez (aunque, dicho sea de paso, ella prefería ponerse Sara P., y por eso, al automóvil que tenía pintado su nombre en la portezuela, el pueblo lo bautizó como “El Sarape”), el “de López Mateos” a Eva Sámano, el “de Díaz Ordaz” a Guadalupe Borja, el “de Echeverría” a María Esther Zuno”, el “de López Portillo” a Carmen Romano, el “de De la Madrid” a Paloma Cordero, y un largo, copioso etcétera… Todo, para demostrar que somos congruentes y parejos con nuestra Madre Historia.

Estamos en el umbral de nuevos tiempos. Tiempos, para usar el concepto tan de moda, de empoderamiento femenino. Que sean para bien. Y que el lenguaje nos agarre confesados.