Leer es abrir los sentidos a universos de posibilidades. Leer sirve para liberarse del mundo y para concebir otros mundos. Leer es herida y es sabia. Se lee por necesidad y por placer. Por urgencia y por conveniencia. Para guardar silencio y para levantar la voz y romperlo.
El Poeta Jorge Contreras, dice en su último libro: “Con el poema pongo el verso en la llaga/la llaga en el verso/el verso es un espejo/el reflejo no se ve con la mirada/las revelaciones se dan en el entendimiento”; son justos estos versos los que me hacen pensar en que todo el tiempo estamos poniendo el dedo en la llaga, intentando acercarnos al entendimiento de lo que ocurre. Si es el verso quien nombra al mundo o si el mundo existe porque el verso lo crea para nombrarlo.
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Vuelvo a la divagación de leer y pensar. Pensar en que leemos todo el tiempo, grafías, emoticones, stikers, palabras. Leemos el territorio, luego entonces, es normal que también reproduzcamos ese territorio.
Pienso en Tulio Hernández que escribe en un portal de internet que: “Desde que la literatura existe las ciudades han sido un tema seductor y recurrente para los escritores. Algunos como García Márquez o Faulkner, las inventan de la nada. El primero se inventó Macondo y el segundo a Yoknapatawpha. Otros, como James Joyce o Alejandro Dumas relatan ciudades realmente existentes haciendo que sus personajes deambulen por ellas como por un mapa o una maqueta, calle por calle, edificio por edificio. Es lo que hace el primero con Dublín en Ulises y el segundo con París en Los tres mosqueteros.
Hay escritores, en cambio, que nos cuentan sus ciudades tratando de desentrañarlas como un terapeuta, viajando en primera persona por ellas, usando la crónica, el reportaje, el ensayo, la ironía o las postales de viajes. Lo hacen Carlos Monsiváis y Juan Villoro con Ciudad de México y Beatriz Sarlo con Buenos Aires.
Pero cualquiera que sea el recurso que los escritores utilicen para contar, recrear o explorar las ciudades –las hayan conocido o las hayan inventado–, lo importante para los lectores, también para los estudiosos del fenómeno urbano y de la literatura, es celebrar al máximo esa relación, tratar de conocerla y entenderla, y sobre todo de disfrutarla en su riqueza y complejidad”.
Creo que esto es lo que está ocurriendo en la ciudad de los vientos con la antología Letras de Pachuca, donde un grupo nutrido de autores, convocados por la Presidencia Municipal de la capital de Hidalgo y la Editorial Libros del Sargento, han editado un libro que le da un aire de respiro a lo que ocurre en el movimiento cultural.
En una experiencia gastronómica, peatonal, a caballo entre ruta histórica y cultural, el libro ha generado una serie de visitas guiadas a comercios y monumentos del viejo centro de la ciudad capital, llevando a interesados a la lectura a cantinas y a parroquianos de cantinas a conocer la literatura escrita en su ciudad natal. Si en el principio fue el verbo, como decía Ovidio, entonces este tendría que ser el principio de un movimiento que trascendiera el instante de charla y chorcha normal de una tertulia. Si no lo es, por lo pronto, algunos conocieron sitios distintos y otros más se llevaron quizá el interés en leer a los autores de su comunidad, al tiempo.
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