Acoso informativo

Te sabes inerme ante el implacable búling de información. Por más que refuerces tus defensas mentales, aquellas estrategias de supervivencia que antaño solían sacarte de apuros, sientes que ahora son obsoletas, que están desfasadas, que no supiste educarlas para poder sobrevivir a la vorágine contemporánea. Y como no puedes evadir el bombardeo informativo, al menos procuras escudarte tomándolo a la antigüita, en pequeñas dosis, a cuentagotas. Quieres así darte tiempo de rumiar cada disparo, uno por uno, porque tu horno anímico ya no está para cocer en montón tanto bollo.

¡Ay, ese vicio tuyo de aplicar a priori la lupa, cuando no el microscopio o incluso el bisturí, y diseccionar idea por idea, palabra por palabra, casi letra por letra, agazapadas tras los hilos que tejen el laberíntico proceso de la comunicación! Te lo enseñaron, ¿recuerdas?, cuando estudiabas la carrera universitaria. Era un imperativo en todas las materias, no sólo en la de métodos y técnicas de investigación. Quizá por eso lo introyectaste como vocación profesional, convencido de su eficacia. Y bien que te funcionó por mucho tiempo, ya en tus chambas donde ejerciste con disciplina la rigurosa ciencia de lo comunicativo.

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Hoy la tecnología rebasa tus anhelados momentos de análisis. Apenas medio masticas una noticia o un texto de opinión cuando ya tienes cien más para atragantarte, todos a paso veloz, todos exigiéndote a gritos (a veces también a sombrerazos) que te des por enterado de su existencia. Ni tiempo para meditarlos y, si viene al caso, criticar su trivialidad o denunciar con argumentos firmes sus intenciones ocultas. A lo sumo, lo compartes y le anexas un meme que, por muy ingenioso que sea, no deja de ser efímero o desechable. ¿Qué puedes hacer ante un reino así de totalitario?

Pero ahí sigues, de “tancho” (eso decía tu abuela huasteca para definir a la persona testaruda, terca hasta la pared de enfrente). Porque el estar informado lo llevas como patente de fábrica o, mejor, como copyright. Es un derecho irrenunciable para ti, nada importa que te cueste uno y medio el dizque adaptarte al vertiginoso ritmo que imponen las imperialistas redes sociales. Y de la comunicación, no lo olvides, te ganas la papa. Ni modo de que cambies de camiseta o de estadio a estas laborales alturas del partido.

Muchos dirán que has convertido a Vozquetinta en paño de lágrimas. Tal vez, aunque tú lo tomas como un desahogo que busca despertar la reflexión en el escaso público que te sigue semana a semana. Y deseas que esa reacción introspectiva lograda en tus pocos lectores no caiga también en la fugacidad o, peor, la intrascendencia. ¿A qué le tiras cuando sueñas utopías, digo yo?