DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

El reino de la subjetividad individual

En la mitología griega, Procusto o Procrustes, literalmente “estirador”, fue también llamado Damastes (“controlador”), era el hijo de Poseidón, y se le encargó una posada en Ática. El mito dice que Procusto se caracterizaba por un comportamiento amable, complaciente y afectuoso hacia los viajeros, a quienes les ofrecía hospedaje en su casa. Una vez que aceptaban quedarse con él, los invitaba a descansar en su lecho de hierro y, mientras dormían, los amordazaba y amarraba en las cuatro esquinas de la cama para verificar si se ajustaban a la misma.

Si el viajante poseía una estatura mayor que el lecho, le cortaba las extremidades inferiores o superiores (pies, brazos, cabeza). De lo contrario, le estiraba las piernas a martillazos hasta quedaran a la altura de la cama. Algunas versiones del mito dicen que tenía dos camas diferentes: una larga y otra corta, y que poseía una más con un mecanismo móvil que permitía alargarse o acortarse según el deseo y la conveniencia de su dueño.

Este mito generó una definición de transtorno, que, aunque no está clasificado como tal, si se encuentra ubicado como el “Sindrome de Procusto” el cual “hace referencia a la tendencia de algunas personas que, movidas por su falta de autoestima e inseguridades, sienten rechazo hacia aquellas personas con características diferentes a las suyas, por norma general positivas o que les llevan a sobresalir, por el miedo a poder ser superados en algún aspecto.

Las personas que padecen el síndrome de Procusto suelen tener intentos de boicot, e intentan eclipsar a la persona que sobresale, llegando en algunos casos a  menospreciarla abiertamente o incluso a mantener actitudes hacia ella de  discriminación o acoso. Son personas que critican a quien destaca por alguna capacidad, iniciativa, trabajo, popularidad, etc., evitando la relación con esa persona y tratando de evitar que los demás, la acepten o la elogien, buscando su descrédito, su desprestigio y su aislamiento e intentando causarle  malestar y sufrimiento. Estas personas afectadas por el síndrome de Procusto tienden a apropiarse de ideas de otros, brindan informaciones falsas a fin de desacreditar a quien destaca,  etcétera.

Al respecto, el académico Arturo Bravo Retamal esribió: “Creemos ilusamente que conocemos la realidad tal cual es, cuando en realidad lo que percibimos es nuestra interpretación de ella. Conocimiento e interpretación se dan en un solo acto. Y la interpretación depende de factores culturales, biológicos e incluso biográficos, porque de una determinada realidad me va a llamar más la atención aquello que se conecte con alguna experiencia significativa. No conozco toda la realidad, sino lo que alcanzo a ver desde el punto donde estoy ubicado, por eso es necesaria la participación de los demás para lograr una imagen más completa de la realidad. Esto nos ayuda a verificar y corregir las interpretaciones individuales.

Que todo sea interpretación no significa que cualquier interpretación da lo mismo, porque hay algunas que se acercan más a la realidad y otras se alejan bastante. El síndrome de Procusto es el reino de la subjetividad individual. En cada Procusto hay un fundamentalista, inmune a argumentos y razones. Es la antítesis del diálogo”.