Nada más difícil que hacerse de prestigio. Implica años y años de machacar piedra, tallarla, pulirla, presentarla, difundirla, acumularla. De manera tenaz, a imitación de la hormiga o la abeja. Sobre todo, por necesidad existencial, porque de no hacerlo carecería de estímulos el ocupar un sitio en el mundo. También por vocación, desde que tiene uno conciencia de haber nacido para ejercer tareas comparables a las del picapedrero. A fin de cuentas, se trata de merecer el crédito, la autoridad, el ascendiente logrado a pulso en el nobilísimo oficio del pensamiento y la palabra.
Nada, tampoco, más tambaleante. Ese señorón, el tal Prestigio, así de estoico y firme como cree ser, en realidad baila sobre una cuerda floja. Por excesiva confianza o por egolatría suele minimizar el riesgo de perder el equilibrio y caer desde las alturas de la fama. Para eso tejió una red protectora que lo salvará (¡ay, engañoso consuelo!) de la rechifla, la condena en leña verde o, en el peor de los casos, el ostracismo.
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Basta el traspié de una declaración torpe, irreflexiva o fuera de contexto; basta el mareo que resulta de agacharse o arrastrarse ante el poder político; basta la desconcentración que deriva de satisfacer más allá de la ética a don Dinero, el poderoso caballero quevediano; basta un desliz; basta un ninguneo; basta una tarugada. Y en menos que canta un gallo, por quítame acá estas pajas, echar al cesto de la basura todo lo construido hasta entonces. La nueva marca de fuego consumirá entre sus llamas al ahora vapuleado Renombre, con poca probabilidad de que alguna vez resurja de sus cenizas.
Son esas ironías de la vida de las que, por regla general, poco o nada ayuda el arrepentirse de ellas o tratar de enmendarlas. No vaya a terminar tamaña desventura en un salir de Guatemala para entrar a Guatepeor.
Si los críticos del futuro se portan benévolos, tal vez apliquen a tan prestigiosa carrera intelectual una suerte de descargo o consideración (no conmiseración), bajo la excusa de que el exabrupto se escribió o se dijo en otras épocas y, por tanto, eran otras las formas de pensar. Sin embargo, es muy probable que en dicho paliativo no deje de citarse la supuesta metida de pata, aunque sea entre líneas o como mera anécdota. En fin. Sea por Dios y vengan más prestigios para echarles lodo… o tierra donde sepultarlos.
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