Palabrejas de moda

Dan caché, autoridad en quien las dice o escribe. Le prestigian, le venden estatus. Refuerzan su imagen de ser pensante, comprometido con las causas populares. Satisfacen su ego, su autoestima intelectual. Pintan rayas, marcan distancias con los demás… O al menos para eso cree que sirven y por tal razón las emite a diestra y siniestra, como quien maicea a las gallinas, aunque ni siquiera vengan a cuento. Todo, en el marco de una supuesta corrección expresiva que no sólo tolera sino impulsa el lenguaje petulante. Y mientras más kilométricas (a veces, mientras más trabalenguas) sean estas palabras, mejor.

Apantallan, dejan con la boca abierta a quien las lee o las escucha. Impactan en su inconsciente, las entienda o no. Le suenan profundas, trascendentes. Le parecen educadas, para no decir cultas. Sin duda hasta le provocan envidia o celos por no usarlas también… O al menos cree que tal es la razón de existir vocablos nuevos, que ése es, en última instancia, su objetivo. No tanto comunicar ideas, sino deslumbrar. No tanto precisar, sino presumir. No tanto favorecer la reflexión, sino llenarse la boca de su hechizo. Y mientras más tentadoras se vistan (pese al vacío que dejan cuando uno intenta desvestirlas), mejor.

Pongo tres ejemplos. Hasta su edición de 2001, la ficha correspondiente al verbo ‘empoderar’ en el diccionario de la RAE no admitía otra acepción que la de ser sinónimo (para colmo, agregaba, desusado) de ‘apoderar’, o sea, «dar poder a otra persona para que la represente», no la actual que sí consigna en su página electrónica, la de «hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido». El verbo ‘invisibilizar’ brillaba por su ausencia en el lexicón impreso y ahora sí aparece en la versión digital, como «hacer invisible algo o a alguien». Y tampoco incluía (aunque sigue sin incluirlo) el verbo ‘vulnerabilizar’, en el sentido de «dar a algo carácter vulnerable».

Estrictamente hablando, no son términos incorrectos. Respetan en general las reglas de formación de neologismos —si cabe llamarlos así— en lengua castellana. El asunto radica más bien en el dizque lustre que se les ha endilgado. Se oyen o se leen más sácalepunta cosas como «Empoderemos a equis grupo social», «No vulnerabilicemos a las clases marginadas» o «Visibilicemos lo invisibilizado», que «Démosle el poder», «Apliquemos políticas que las hagan menos vulnerables» o nada más «Exhibamos lo oculto»… Pa’ qué tanto brinco estando el suelo lingüístico tan parejo, rezaría el refrán.

Y son, por fin, una suerte de eufemismos. En vez de aplicar aquello de «Al pan, pan, y al vino, vino», el correctismo político nos orilla a torceduras o rebuscamientos, la mayoría innecesarios. Tan simple como que preferimos aclarar que “bajamos” algo de internet a que lo “copiamos”, porque esto último equivaldría a reconocer un plagio o robo. No vaya a ser que los demás me malinterpreten, se enojen y terminen por enlodar mi vapuleado prestigio en la ciénega (así decimos en México, no ‘ciénaga’) de las más reputadas redes sociales.