Entre 1996 y 1998 circuló en librerías de ocasión de la ciudad de México una revista mensual titulada La Galera. Sus editores, Selva Hernández y José Luis Lugo, eran libreros obsesivos, no sólo en vender ejemplares de viejo en su negocio, sino en publicar notas y artículos de interés relativos a la bibliografía y el arte. Aún no me canso de aplaudirles dicha hazaña, con mayor razón cuando quito el polvo a los poquísimos números (no más de diez) que entonces pude conseguir de la publicación y los releo. ¡Por qué mundo maravilloso de viajes navego todavía con ayuda de aquellas galeras revisteriles! Cito extractos de varios de sus artículos (algunos, dicho sea de paso, premonitorios del tiempo actual):
“Por placer seguimos montando a caballo, como por placer viajamos en avión. El disco continúa como una opción musical junto a los casetes y los músicos ‘en vivo’. La TV no reemplazó al cine, ni el horno de microondas sustituye a la estufa. Al libro no lo sustituirá la computadora y ambos se apoyarán todavía durante muchos años” (Guía de descarriados, Bernardo Ruiz, junio 1996).
“El comprar libros puede volverse un mal incurable. Creo que debería haber una asociación de Bibliófilos Anónimos para reunir allí a los que ya pasamos por esa situación” (¡Cuidado!, la bibliofilia puede causar adicción. Entrevista con Guillermo Tovar y de Teresa, Jorge E. Navarijo, julio 1996).
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“Empieza la difícil tarea de no dar a conocer al dueño de la librería nuestra emoción, ya que eso podría ser fatal, porque el libro, súbitamente encarecido ante el deseo mostrado, aumenta hasta alcanzar precios que los visitadores de esos extraños santuarios rara vez pueden pagar. Así, en vez de ser arrancado de la oscuridad y del olvido, debe continuar en su limbo […]” (El placer de la penumbra: las librerías de viejo, Blanca Luz Pulido, agosto 1996).
“Así como hay revistas que sólo leen sus correctores de pruebas, hay libros cuyas portadas sólo conocen los vigilantes de bodegas” (De ventas de bodega, Luis Ignacio Helguera, abril-mayo 1997).
“Primera mentira: «Yo vivo de mis regalías»; segunda: «Yo sólo escribo literatura»; tercera: «El periodismo no es literatura»; cuarta: «Yo no me comercializo»; quinta: «Yo sólo escribo con whiski y cuando estoy enamorado»” (Cinco grandes verdades y cinco grandes mentiras en torno a la profesión del escritor profesional en México, David Martín del Campo, 1998).
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“¿Con el tiempo se dirá algún día que tanto la grabadora como la computadora fueron las victimarias de taquígrafos y de mecanógrafos? Posiblemente sí. Ya sólo falta un programa de computadora que procese las palabras con la sola emisión de la voz” (Los funerales de la máquina de escribir, Víctor Villela, 1998).
Cierro con la respuesta final del legendario librero Ubaldo López cuando los editores lo entrevistaron para el número del primer aniversario de La Galera: “—¿Cómo va a querer que lo recuerden el día en que ya no esté? —Me gustaría que la gente dijera: «Mira, ese libro lo compré con Ubaldo»”.
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