Ojalá que cada persona se tope con momentos de revelación verdadera… que tenga de frente ese punto de inflexión que desvela que estás ante algo misterioso y casi incomprensible, pero del que tienes la certeza de que es importante e implica un brusco viraje en la ruta existencial.
Somos muchos los seducidos por el influjo de “La noche de un día difícil”… miles hemos intentado trepar por “La escalera al cielo”; una y otra vez nos hemos visto rodeados de una “Neblina morada” o bien, decidimos instalarnos por largo tiempo en el interior de “La casa del sol naciente”.
No se sabe cómo ni cuándo podremos encontrarnos delante de esos raros Alephs que nos permitan entrever más allá de lo evidente… muchos de ellos transmutados en canciones plenas y sustanciales.
Siempre recordaré pasar de los guitarrazos de Pete Townsend al encontronazo con la frase:
“Sonreiré y me mofaré del supuesto cambio a mi alrededor/ y entonces caeré de rodillas y oraré/ no nos engañarán de nuevo”.
Quizá no tenía en claro de qué estafa se trataba, pero la vida pronto se encargaría de aclararlo… lo relevante era llegar hasta las fuentes de todos esos conocimientos, que no sólo provenían de las canciones, también se hallaban en los libros.
Preservo el recuerdo de mi Yo adolescente hurgando en la casa de mi abuelo para dejar caer la aguja sobre los acetatos de la media manzana verde y dejando que los sonidos y los silencios me maravillaran.
Pero esas sesiones también propiciaban la oportunidad para husmear en los libreros y ver que lecturas podían ofrecer… así fue como topé con un libro pequeño pero generoso en páginas y que pertenecía a la Serie del volador, editada por Joaquín Mortiz.
Me tendía en un mullido sillón mientras se expandía el fluido sonoro de “Don´t Let Me Down” para clavarme en una historia que provocó un punto de quiebre por su carácter liberador y desmadroso, que se concentra en la plenitud y belleza de una frase:
“¡Fajé con Queta Johnson, vocalista del grupo Los Suásticos!”.
Y ya nada fue igual… decidí que el ritmo de mi vida era el rock y que dentro de él se encontraban las pulsiones y las nociones que tanto me hacían falta (dando sentido a todo lo demás).
Por supuesto que aquella novela iniciática era De perfil, escrita por José Agustín (1944-2024), cuando apenas dejaba de ser un mozalbete y se hallaba atascándose de vida y experiencias deslumbrantes.
Tras su lectura, no restaba sino bancarse las condiciones para desbocarse por las calles del mundo -aunque ese momento no fueran más que las de una colonia de provincia- y encontrar la manera de existir On the rock al costo que fuera… se trató de un compromiso personal que no tuvo como escenario un cruce de caminos del sur estadounidense a lo Robert Johnson, sino que ocurrió una banqueta delante de un taller de bicicletas y una panadería especializada en cocoles.
Años más tarde pasaría mucho tiempo dando clases y siempre insertaba La tumba como un texto fundamental para arrancar en la literatura y en la experiencia existencial; siempre he llevado la frase de la novela como una reflexión útil para desmarcarme del resto: “Si el aburrimiento matara… el mundo estaría lleno de tumbas”.
Y yo no aceptaba el conformismo ni la mediocridad; José Agustín nos enseñó como aferrarnos a la experiencia vitalista… pienso en él y en su cambio de dimensión mientras vierto estas ideas primeras rumbo a mi participación en el Homenaje nacional que la Universidad Autónoma de Puebla le prepara para este miércoles 20 y en que se abordarán su legado como periodista musical, su faceta literaria y su incursión en la dramaturgia.
El día cerrará con una tocada de Rafael Catana, Carlos Arellano, Belafonte Sensacional e Iván García, quien estrenará una rola que le ha compuesto especialmente al gurú de nuestra contracultura… todavía no llega el día y ya siento como si volará en un descapotable por las afueras de Acapulco en compañía de Ricardo Cartas y Juan Nicolás Becerra… la fecha ya se acerca y no queda más que esperar que el rock sea.
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