“Los seres humanos no tenemos nada de qué presumir, excepto que somos insignificantes”, escribió alguna vez el narrador y ensayista Guillermo Fadanelli; este aforismo ha rondado mi mente en los últimos días al pensar en varias imágenes de personas que se aferran a la idea de exponer y exponerse al mundo para mostrar las bondades de la vida que poseen. Algunas de ellas, fundan su presunción con su poder adquisitivo o su estatus social, algunas otras con la idea de superioridad heredada por su presencia como “líderes sociales”.
Observarlos en redes y en persona me ha hecho pensar, en algunos casos, en lo cruento que suele ser el paso del tiempo con los seres humanos. Observar a “jóvenes políticos” con la cara surcada por la navaja de los años, el cabello extraviado en los días de las ilusiones y el poder de convocatoria encarcelado en las anécdotas de su generación. Hombres y mujeres con hijos adolescentes que después de 25 o 30 años de participar en la vida pública pretenden seguir siendo jóvenes. Todos ellos empeñados en detener el segundero para seguir siendo parte de lo nuevo. Aunque no siempre es lo nuevo mejor que lo anterior, cabría mencionar.
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Existe un síndrome denominado: Peter Pan. “Este complejo, tendencia o sesgo, alude a esas personas que han decidido mantenerse en una infancia psicológica, que prefieren la comodidad y la evitación a enfrentarse a los desafíos de la vida, que se justifican diciendo que viven el día a día en una especie de mal entendido «carpe diem», cuando lo que sucede es que les cuesta asumir responsabilidades, comprometerse, tomar decisiones, planificar metas y avanzar hacia ellas. Son personas incapaces de enfrentarse a las dificultades optando por la huida, la fantasía o la mentira. El Síndrome de Peter Pan lastra el desarrollo personal de quien lo padece, pero también dificulta las relaciones con los demás, en la pareja, en la familia o en el trabajo”.
Respecto a esta definición de Mariola Bonillo, publicada en el portal Área Humana, considero que es menester del ser humano asumir con gallardía el movimiento de rotación de la tierra.
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Si lo pensamos científicamente: el proceso de envejecimiento comienza en las unidades más pequeñas del organismo, las células. Cómo y por qué envejecen las células es objeto de debate, aunque cada vez está más claro el funcionamiento de ciertos mecanismos. A principios de la década de 1960, el biólogo Leonard Hayflick descubrió que las células cultivadas sólo se dividían una media de 50 veces antes de detenerse, una cifra que se conoce como el límite de Hayflick. Con la excepción de las células madre y las cancerosas, este límite se aplica a todos los tejidos humanos, aunque las células de las personas mayores se dividen menos veces, dice Patricia S. Daniels, en un artículo de National Geographic.
El afamado escritor argentino, Macedonio Fernández, escribió su libro: “Cuadernos de todo y nada”, que: “Nuestra vida como discurso individual es una regular cantidad de lo mismo, en días”. Creo en ello y en el hecho de que tenemos que envejecer con dignidad. Enfrentar con rebeldía que detrás de cada amanecer existió un mundo de experiencias que ahora anidan en nosotros. Creo que tenemos que abrigarnos con entereza con el cúmulo de pasado que nos corresponde.