La Norteña Gómez es una reconocida vendedora de artículos nuevos o de segunda mano que ella misma traslada desde Estados Unidos hasta Tulancingo.
Bautizada así por su “gente bonita” -forma afectuosa que utiliza para referirse a sus clientes y seguidores en redes sociales-, la comerciante originaria de la comunidad Acocul Guadalupe prefiere no revelar su identidad.
En el momento de la entrevista se encontraba descargando montañas de peluches para ofertarlos en un local sobre la carretera Huapalcalco.
Orgullosa, la mujer de tono de voz fuerte, que con cada persona que entra al negocio se detiene para conversar sobre una prenda o accesorio seleccionado, muestra las palmas de sus manos sucias en un día de trabajo y comienza a contar su historia.
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‘Desde niña me gustó el comercio’
“Soy una persona que ha luchado desde niña. Desde los 6 años me iba a vender, agarraba mi canastita. Me gustaba ver cómo mi mamá se levantaba a las cuatro de la mañana, decía ‘párense todas, vámonos todas a juntar hongos’.
“Nos íbamos a las vecindades de Tulancingo, hasta los dedos me ardían de tanto tocar las puertas”, recuerda.
Como otra chispa en su mente para explicar la vida de superación, la Norteña Gómez comenta que desde pequeña también disfrutó trabajar con su padre, quien tenía tierras, sembraba milpa, maíz, alverjón, haba, además de la crianza del ganado.
“Sí nos mandaron a la escuela, sería uno o dos años, éramos demasiados de familia. Mi mamá me compró un diccionario, entonces me ponía a juntar las letras, no sabía poner nombres ni leer ni contar, de ahí yo sola aprendí a leer y a escribir”.
Es madre de cinco varones que sacó adelante dedicándose al comercio. “Hasta ahí ya estaba dando a luz a uno de mis niños, porque no aguantaba las bolsas de dulces, compraba en las tiendas mayoristas y las revendía en tiendas pequeñas”.
“Un día me dieron unos dolores que yo ya sentía que ya me iba a aliviar en una tienda, me secaba la frente con un pañuelo y a seguir para adelante”, recordó con un dejo de melancolía.
“Desde niña me gustó el comercio como hasta ahorita”, reconoce, y agrega que también se iba en un triciclo con sus hijos a vender quesadillas a los tianguis en Ciudad de México, entre 300 y 400 diarias.
La travesía de una madre de familia migrante
Tras la separación de su esposo, la Norteña Gómez -que en esa etapa de su vida tenía 28 años- decidió irse a Estados Unidos. “Me fui sin rumbo fijo, tuve que separarme de mis hijos, los dejé con sus abuelitos y su papá”.
“Pasé sola el Río Bravo, por Matamoros, brinqué a Brownsville. Llegué a un lugar que se llama San Benito, ahí trabajé, en donde se pesa toda la chatarra, un deshuesadero de carros, don Panchito (patrón) me pagaba 115 dólares a la semana”, cuenta.
La mujer que no tenía donde vivir cuenta que dormía en los mismos carros del negocio. “Cuando llegaba el señor yo ya estaba lista afuera con mi mochilita; me bañaba con agua fría antes”.
En aquel país recordó lo aprendido en su infancia, tocando puertas otra vez vendiendo fresas y la labor en los cultivos. Luego de estudiar chef manager, abrió un restaurante por tres años.
“Lo de la comida era muy pesado, abrí una mueblería y me gustó más, la tuve como seis o siete años y de ahí estuve 15 años en Houston y me vine para Texas, dije ‘a mí me gusta todo lo de chácharas, ropa, peluches, juguetes, de todo’.
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Una mujer luchadora al volante
Por la pandemia, la Norteña Gómez cerró su local en EUA, fue entonces que trasladó la mercancía a su tierra natal.
“Empecé a hacer mis grupos de WhatsApp de mi gente, a darme a conocer, he sufrido”, asegura y enlista algunas situaciones que padece en el camino, desde hambres, calor, frío e inseguridad.
Considera que su trabajo ha sido más difícil ahora porque en ocasiones no puede pasar los viajes, hasta que le dan luz verde, “yo pago toda mi mercancía en la aduana”, agrega.
“Es un trabajo muy riesgoso y pesado, vengo 4 o 3 de la mañana, no hay hora para pasar mis viajes y manejar para Ciudad Acuña, ahí es donde empacamos la mercancía, yo soy la que carga mi camioneta”.
En ese momento, la madre de familia hace una mención, se trata de Agustín Hipólito Gómez, su hijo, “porque él nunca me ha dejado sola, siempre ha estado ahí para ayudarme”.
Su otra fiel compañera, dice, después de especificar que en EUA renta los camiones para después cargar en su camioneta, una Ford 97 F-150 Pickup “la amo, la quiero, el día que me muera quiero que me entierren en ella, que me paseen en ella, hemos sufrido juntas”.
Comparte con la gente que necesita
“Es un sufrimiento muy grande, pero me encanta mi trabajo. Hay ganancias, no me quejo, y lo que gano lo comparto con mi gente bonita, de mi bolsa”, sostiene la mujer que permanece dos meses en Estados Unidos y uno en Hidalgo.
Devota de la Virgen de Guadalupe, recientemente encabezó una cabalgata en su comunidad, donde hace 11 años donó una campana y una imagen de la guadalupana. “Tantos peligros en que ando y aquí estoy, yo todo lo que le pido es ‘ayúdame a llegar a Tulancingo, Hidalgo, México’”.
Además de organizar convivios como una forma de agradecimiento por todo lo que le llegan a comprar, la Norteña Gómez ha entregado gratuitamente sillas de ruedas, caminadoras, bordones y muletas.
“Si de verdad lo están necesitando, vengan conmigo, lo estoy dando de corazón y así seguiré ayudando a mi gente hasta que Dios me preste vida, nunca dejaré de ayudar”, concluyó.