A dos grandes figuras de la Grecia antigua debemos la exaltación de la obra de la poeta Safos de Lesbos o Safo de Mitiline -como se quiera-; la primera de ellas es nada menos que Platón, quien la definió como “la décima musa”. El otro impulsor fue Ovidio, quien la convirtió en una de sus heroínas.
Se dice que Safo vivió entre 650 y 580 a.C. y de ella se destaca su manera de remitirse al deseo y cierta carga erótica que hoy día la convierten en un estandarte de la poética feminista y lésbica, sobre todo por su Himno en honor a Afrodita -la diosa del amor-.
Los griegos la colocaron dentro del recuento de Los nueve poetas líricos y hoy día la recordamos ante la aparición de un disco interesantísimo de parte de la española Christina Rosenvigne y al que ha titulado Los versos sáficos. Pero antes de ocuparnos de él, me interesa perfilar la fuerza y belleza que se atribuye a la figura de Safo a través de uno de los mejores poemas del hidalguense Efrén Rebolledo:
“Más pulidos que el mármol transparente,
más blancos que los blancos vellocinos, se
anudan los dos cuerpos femeninos
en un grupo escultórico y ardiente…”
El nativo de Actopan plasmó poderosas imágenes ante el encuentro erótico en El beso de Safo, mientras que ahora la Rosenvigne retoma textos de la artista griega que se han seleccionado y usado para una puesta en escena teatral; un proyecto que parte para la interprete del hecho que en la antigüedad la música y la poesía se hallaban estrechamente unidas, tal como ella misma comenta: “Devolverle la música a los versos de Safo; Ese era el propósito con el que empezó este proyecto. Su poesía nació cantada, no escrita. Sabemos que Safo fue toda una estrella del pop en el mundo grecolatino y que su estela brilló mucho después de su muerte. Dio nombre a un tipo de métrica poética y a una forma de amor. Posteriormente se transformó en una figura mitológica que habita cuadros, textos y óperas, y en el siglo XX en un referente para las vanguardias que vieron en sus versos fragmentados una forma de escritura sabiamente editada por el paso del tiempo”.
Y ahora aparece este minucioso trabajo de adaptación y arreglos concentrado en 7 temas que comienzan con “Ligera como el aire” y cierran a través de “La manzana”, pues el disco incluye además dos temas inéditos: “Pajarita” y “Contra la lírica” -que es toda potencia-.
Christina Rosenvinge conserva en estos temas cierto clima mediterráneo que se funde con esa elegante estirpe de indie rock que ella siempre ha engalanada y que ahora acepta un poco de detalles electrónicos y ciertos pespuntes de pop, tal como se aprecia en “Poema de la pasión”, con un estribillo tan amoroso como actual.
Pero tal vez sea “Canción de boda” la verdadera joya de esta entrega… no sólo por su estructura -conducida por una guitarra acústica- sino por la participación de Maria Arnal, quien aporta su extraordinario registro vocal a una canción que va como cabalgando y dejando libre una letra que habla de una lluvia de pétalos de rosa.
Christina Rosenvinge no deja de expresar su fascinación hacia la poeta: “Safo es un enigma vivo. Una invitación para imaginar. En las canciones que incluye este álbum, he jugado a mi antojo con sus versos y con su espíritu” y ello se nota en el arreglo de electrónica crepitante en “Himno a Afrodita”.
Los versos sáficos desparraman poesía y elegancia… pasión y libertad creativa; Safo de Lesbos está más viva que nunca, así que prefiero nuevamente evocarla mediante las palabras de Efrén Rebolledo:
“Ancas de cebra, escorzos de serpiente,
combas rotundas, senos colombinos,
una lumbre los labios purpurinos,
y las dos cabelleras un torrente…”