DANIEL-FRAGOSO-EL SURTIDOR

Las horas en el reloj

Pelayo de las Heras escribió en el portal Ethic: “no todo cansancio tiene por qué ser negativo. Tal como defiende Chul-Han, puede que sea la herramienta necesaria para desacelerar una vida cada vez más activa. La presión sujeta a la autoexplotación defendida por el filósofo surcoreano es evidente: pensar en el triunfo final como meta, en el trabajo como esqueleto básico de la vida o en la vocación como elemento principal de nuestra identidad personal puede ser agotador”.

Pienso en ello ahora que este año se está aniquilando, cuando quedan tan pocas fuerzas para pensar en que existe aún un aliento para cambiar lo que nos ocurre. No son los dramas comerciales, ni el sentimentalismo de los muros grinch de la temporada, es el dolor que se respira allá a donde vamos. Es la indignación. El hartazgo. Es ese nudo en la garganta que nos provoca este malestar de pensar en que todo se puede derrumbar en cualquier momento.

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Es el derrumbe de los ideales de un tiempo que se evapora, que cada día más es una bolsa transparente de aire. Es la inconformidad/conformidad de todos y la contradicción de desperdigar el aguinaldo. De perdernos en ríos de alcohol, fiestas interminables, en convivios forzosos o esperados.

Son las horas en el reloj y el transcurrir de las noticias en cascada: las buenas, las malas, las peores.

Es la barbarie quien se apodera de nuestros torrentes sanguíneos y nos muta en intolerantes Mr. Hyde. Son las filas y filas y filas. Es el deseo de exigir todo de manera inmediata como si fuéramos especiales, como si en verdad hubiéremos hecho algo que nos hiciera ser diferentes.

Es también la intolerancia a los demás: el no darnos cuenta que al criticar a quien no piensa igual que nosotros también ejercemos algún tipo de violencia.

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Nunca debiera de asombrarnos que la fortuna termina, que los tiempos del destino (si es que existe) no nos pertenecen; jamás habríamos de sorprendernos que nuestra suerte sea finita y efímera. Por el contrario, tendríamos que estar agradecidos de ser humanos imperfectos, sin oráculo alguno que nos controle.

Y en esa siempre expectante incertidumbre, también poder tener tiempo para dejar de pensar en la rabia de los días, volver a lo que Ernesto Sábato escribió cuando dijo que “el hombre no está solo hecho de desesperación sino de fe y esperanza; no solo de muerte sino también de anhelo de vida; tampoco únicamente de soledad sino de momentos de comunión y amor. Porque si prevalece la desesperación, todos nos dejaríamos morir o nos mataríamos, y eso no es de ninguna manera lo que sucede. Lo que demostraba, a su juicio, la poca importancia de la razón, ya que no es razonable mantener esperanzas en este mundo en que vivimos. Nuestra razón, nuestra inteligencia, constantemente nos están probando que este mundo es atroz, motivo por el cual la razón es aniquiladora y conduce al escepticismo, al cinismo y finalmente a la aniquilación. Pero, por suerte, el hombre no es casi nunca un ser razonable, y por eso la esperanza renace una y otra vez en medio de las calamidades”

Tal vez sea mejor comenzar a pasar página, dejarnos ir hasta que este mes se termine. Hacer una nueva lista de deseos y quizá comenzar de nuevo. Renacer de entre las cenizas que el fuego nos heredó.